Independentismo es egoísmo. Una visión europea

independentismo y egoismoLo he dicho aquí alguna vez pero creo que hay que repetirlo. Los medios europeos, alemanes y británicos, también los norteamericanos, han comprado las tesis del independentismo catalán vía emoción. Tienen una narrativa potente. El gobierno de Madrid carece de ella.

Vende mucho la imagen de los pobres jóvenes, con la boca tapada con esparadrapo, que aunque llenan las calles, no tienen libertad de expresión, de las banderas, de los rostros cargados de esperanza en un futuro pleno de una libertad y una justicia social nunca vistas, ni siquiera en Londres o en Berlín. Las utopías son hermosas.

Pero en los días-valle, cuando no pasa nada cuando no hay fotos, marchas, acciones y represiones, aparecen los artículos reflexivos sobre la situación. Se empieza a tener en cuenta la razón, la reflexión, sobre la emoción fugaz.

Para decir esto me apoyo en un artículo publicado en uno de los dos grandes semanarios alemanes, Die Zeit (el otro es Der Spiegel) una publicación ligada a la gran tradición socialdemócrata, la de Helmut Schmidt, hoy abierta a un público joven, pero que se lee con atención en la mesas del poder político y económico.

Bajo del título “Rituales de sacrifico”, el historiador Herfried Münkler, profesor de Historia política en la Universidad Humboldt de Berlín, reconoce que no es fácil retirar a los catalanes y otros pueblos de Europa el derecho a la independencia.

Sin embargo, destaca la paradoja de que surja una complejísima situación, nuevos nacionalismos, como reacción precisamente a la propuesta para acabar con los antagonismos nacionalistas en Europa, que nació para superar las dos guerras brutales del siglo XX. Surge la nostalgia por las viejas monedas nacionales tras la introducción del euro, lo que choca frontalmente con el aumento del bienestar por la integración económica de Europa.

Y surgen los nacionalismos separatistas desde Escocia a Cataluña, del Tirol del sur hasta Transnistria, de pueblos que se sienten incómodos, afirman, por una historia de injusticias o de guerras perdidas.

Y los separatismos nacionalistas que no quieren seguir con los hermanos y hermanas de los Estados existentes nacen justo donde el bienestar ha crecido más en las últimas décadas. En Escocia, el hallazgo del petróleo al norte de sus costas disparó el separatismo y Cataluña es más rica que otras regiones de España.

Recuerda el autor que, cuando al comienzo de los años 90 del siglo pasado, Eslovenia y Croacia decidieron separarse del resto de Yugoslavia era porque esas regiones más ricas no querían financiar a las más pobres y buscaban, por el contrario, unirse a la Comunidad Europea.

El Tirol del sur (ex provincia austriaca) es la región más rica de Italia y no quiere que Roma se inmiscuya en sus políticas. Lo mismo puede decirse las regiones nororientales, donde la Liga Norte quiere despegarse del resto del país.

Segunda paradoja del nuevo nacionalismo en Europa: la idea nacional era una declaración de solidaridad y la del nacionalismo separatista trata de acabar con esa solidaridad.

Claro, reconoce el autor, el deseo íntimo de muchos escoceses vascos o catalanes es irse del Estado no deseado al que pertenecen pero seguir siendo miembros de la UE, porque en caso contrario el bienestar estaría en peligro.

La lucha por la independencia de los catalanes, dice el profesor Münkler, puede no tener lógica desde el punto de vista económico, (da lo mismo lo que cueste o las consecuencias que tenga, no queremos seguir perteneciendo a ese Estado). Pero la razón, subraya, no es el motivo por el que la gente va a las urnas, porque el voto a favor del Brexit o el “America First” de Trump no tuvieron lógica alguna.

Y la democracia, recuerda el profesor berlinés, no da derecho a un pueblo a lanzarse a la sinrazón.

Y entramos aquí en el terreno de lo absurdo que se autoalimenta como las tormentas tropicales. Dice el artículo al que hacemos referencia que el gobierno español responde a la sinrazón de los independentistas con la actuación policial, políticamente irracional. Por el contrario, lo que sí ha tenido éxito ha sido la reacción de los mercados y de muchas empresas. Eso permite a la izquierda partidaria de la independencia decir que el capitalismo bloquea su derecho democrático a la autodeterminación. Más círculos viciosos.

Hay que reconocer que, si es difícilmente explicable el proceso a los medios nacionales, a los extranjeros es imposible. Lo convierten, para simplificar, en una historia de demócratas buenos y autoritarios malos. Respaldan a un pueblo que sufre una dictadura espantosa, de donde no se van los bancos, pero sí, donde hay declaración de independencia, pero no, que no van a salir  de Europa, pero sí, dónde no hay libertad de expresión, pero sí, dónde hay Estatuto, pero no, donde hay referéndum, pero no, donde hay mediadores internacionales, pero no. Pero sobre todo porque hay una “crisis gravísima” en la región histórica que empuja a los ciudadanos a buscar la tabla de salvación.

Y en este galimatías surge, por ejemplo, la propuesta de la vía eslovena, para meter más niebla en el asunto.

Cuando algunos hablan de Eslovenia no sé dónde estarían Puigdemont, Junqueras o las jóvenes de la CUP. Yo estaba en Bonn y viví en directo la independencia, pero no porque la declarara Lubiana, no, sino porque el 16 de diciembre de 1991 la  reconoció el gobierno de Helmut Kohl junto a la de Croacia. Fue, no un manotazo en la mesa europea, sino una patada unilateral por debajo del tablero que dejó asombrada a Europa y, sobre todo, a Mitterrand. Eslovenia y Croacia eran piezas esenciales para el incremento el influjo alemán en la Europa nacida tras la caída del muro de Berlín, su patio trasero. Eslovenia se parece más a Austria, a la vecina Graz, que a Macedonia. Y las independencias, se ha dicho estos días hasta la saciedad, no se declaran. Te declaran, te reconocen. Si no, sigues siendo un estado paria, como Kosovo.

Tras la caída del muro, los grandes se repartieron la mal llamada Europa del Este, que no era sino Central. Alemania, VW, Kohl, se quedaron con la joya automovilística del antiguo bloque soviético, Skoda. El pobre Mitterrand, Renault, tuvieron que conformase con la modesta Dacia rumana. Y en pago a los favores prestados a la España de Felipe González, Kohl,VW, se cobraron otra pieza para el gigante alemán, Seat. 

Y ahora se debate el futuro de esta empresa, sobre si también se irá o no de Cataluña. Según el semanario Der Spiegel, las 800 empresas alemanas con intereses en la región tienen planes de contingencia en los cajones, que pueden ser activados en cualquier momento. No, no han hablado los corresponsales con las 800 empresas, como dudaba un agudo periodista independentista catalán. Han hablado con la Cámara de comercio Hispano-Alemana, que vela por los intereses de todos.

¿Que no pueden los alemanes de Seat trasladar a otro sitio, tornillo a tornillo, la factoría actual? No, no se trata de eso. Hay un exceso de capacidad en las factorías de todo el mundo y la producción se puede pasar a otros lugares. Sin ir más lejos, el nuevo modelo de VW, el codiciado T Rock, se hará en la excelente fábrica de Palmela, cerca de Lisboa. También he estado en esa factoría, como en la central de VW, en Wolfsburg, o en Bonn. No tiene ningún mérito, son cosas de la edad.

Y con la edad, para los que vivimos de jóvenes lejos de Europa, a la que viajábamos con pasaporte, cuando nos miraban con suspicacia en las fronteras, vimos la desaparición de las rayitas en los mapas, la desaparición de los egoísmos nacionales, la integración en un proyecto común. Décadas después, cruzamos el Rin por un puente donde se libraron tremendos combates entre los nazis y los aliados y apenas hay unas placas, indicando que sales de un país, entras en otro, y nadie te pide nada. Hasta la telefonía móvil sigue funcionando.

Frente a todo esto, a esta idea de cooperación, hay todavía quien quiere separarse, no solo de su Estado, sino de un proyecto común donde se habla de solidaridad entre personas y regiones y no de egoísmos nacionalistas. Porque el nacionalismo es egoísta y lleva a tensión y a la guerra. Lo vimos en los siglos anteriores y lo veremos en este.