Las grietas de Kosovo

Publicado originalmente en esglobal.org

Una década después de su declaración de independencia, Kosovo sigue atrapado entre el limbo político y el bucle diplomático.

Kosovo parlamento reflejoEn los tiempos de la Yugoslavia socialista los servicios públicos se hacían cargo de las tareas de mantenimiento de los edificios que, en su mayoría, estaban en manos de las cooperativas de vivienda. Con las privatizaciones y la desintegración del país, cada propietario se hizo cargo de su piso y el funcionamiento de los ascensores y el telefonillo, el arreglo de la fachada, la limpieza de las escaleras y el adecentamiento de los buzones de correo dependió por primera vez de la comunidad de vecinos. No debe resultar extraño, por tanto, que el aspecto de las zonas comunes, en muchos edificios del espacio exyugoslavo, deje mucho que desear en relación al interior de las casas, que luce según el buen criterio individual y el dinero que haya en la cuenta corriente. Nunca fue fácil lograr la armonía desde el primer día en una comunidad de vecinos.

Cuando el Parlamento kosovar declaró la independencia, una broma tuvo su eco en Prístina sobre el símbolo elegido para tal ocasión. En una imagen reproducida mundialmente, Hashim Thaçi, hoy presidente, entonces primer ministro, junto a Fatmir Sejdiu, estuvieron posando menesterosos delante de las cámaras con unos marcadores negros frente a unas letras grandes y amarillas donde ponía “Newborn”. El que preguntara a los locales por qué no habían elegido una frase en albanés, tal vez se encontrara de bruces con algo del sarcasmo típicamente local: “en Kosovo no solo había albaneses, serbios, goranis, romaníes… Sino también alemanes, estadounidenses, italianos, austriacos, franceses, belgas, ingleses, holandeses, portugueses…” Diez años después de aquella declaración y casi veinte después del fin de la guerra, Kosovo sigue instalado en su limbo político particular.

El Gobierno actual se sostiene con una mayoría de 61 escaños de los 120 que hay en el Parlamento, de los cuales solo 11 corresponden al partido del Primer Ministro, Ramush Haradinaj. Los ministerios están repartidos entre ocho partidos diferentes, hasta el punto de que una mayoría de expertos sostiene que los mismos problemas que terminaron con la coalición de gobierno de 2017, bombas de gas en el Parlamento mediante, difícilmente se resolverán sin desaguisados políticos en 2018. Más de 150 días después del comienzo del mandato una de las principales promesas electorales sigue incumplida: la liberalización de visados. Los ciudadanos kosovares son los únicos al oeste de Minsk que no disfrutan de ella. La UE ha dicho que el acuerdo de demarcación territorial con Montenegro es un criterio fundamental para revisar la liberalización. Una votación en el Parlamento debería haber resuelto este asunto en septiembre de 2016, pero unas movilizaciones lo impidieron. Según la oposición en aquel momento, en la que estaba el propio Haradinaj, el acuerdo con Montenegro haría perder a Kosovo 8.000 hectáreas de terreno.

El Ejecutivo actual se mantiene gracias a los apoyos de Srpska lista, la formación principal de la minoría serbia, que depende de Belgrado, pero el año pasado el Primer Ministro kosovar, fue objeto de una solicitud de extradición estando en Francia por parte de Serbia, por crímenes de guerra cometidos contra población serbia durante los 90. Sin embargo, dos acuerdos fundamentales dependerán de la sintonía que haya con la minoría serbia: la formación de una Asociación de municipios serbios y de un Ejército kosovar, que sustituya a la Fuerza de Seguridad de Kosovo. Ambos acuerdos exigen del voto a favor de Srpska lista, que ocupa 10 escaños de los 20 destinados a las minorías –se necesitan dos tercios para los cambios constitucionales–. Parece complicado, bajo estas condiciones, que Belgrado regale un acuerdo sobre ambos extremos, por otro lado, en unos acuerdos donde el gobierno actual y el proyecto estatal se juegan mucho.

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Corbatas colgadas en la verja de la sede del Gobierno kosovar en protestas a la subida de sueldo de los miembros del Ejecutivo de Kosovo, Prístina, 2017. 

El asesinato de Oliver Ivanović, líder pragmático y moderado de la minoría serbia y enfrentado a Belgrado, parece haber enrocado a los serbio-kosovares entorno a los intereses del Presidente serbio, Aleksandar Vučić, que ejerce el mismo papel protector que instrumentalizó Slobodan Milošević durante su etapa en el poder. Ivanović pocos meses antes de su asesinato declaró que “después de 18 años teniendo miedo de los albaneses extremistas, ahora tenemos miedo de los propios serbios”. Todo parece indicar que el asesinato tiene más que ver con las redes criminales y el aparato paralelo asentado entre territorio serbio y kosovar que de una venganza albanesa derivada de su etapa paramilitar durante la guerra de Kosovo.

La clase política kosovar no ha cambiado sustancialmente los últimos 10 años, pero la sociedad sí lo ha hecho, menos exaltada por el fragor independentista y más escrutiñadora sobre los hechos llanos y lisos de la política del día a día. El hecho de que una inmensa mayoría de la población sea de origen albanés también ha facilitado que la movilización crítica no adopte tintes de conflicto étnico. En este sentido, Vetëvendosje ha logrado ser la fuerza política más importante del país, con un importante lavado de imagen respecto al partido de antaño, tumultuoso y subversivo en la arena política, contra la presencia internacional, las negociaciones con Serbia o a favor del unionismo con Albania. No obstante, desde hace varios meses, el partido anda inmerso y azorado por un continuum de dimisiones y desacuerdos entre sus líderes, motivados por diferentes perspectivas de la organización, una más burocrática y otra más activista. El clientelismo político sigue afianzando un matrimonio de convivencia entre votantes y recursos del Estado, pero, en la política kosovar, este modelo parece agotarse, porque el baile de partidos y coaliciones ha hecho que el sistema de corruptelas e intercambio de favores se sostenga sobre sus líderes, cada vez más impopulares. En un contexto de difícil situación económica, Ramush Haradinaj rectificó hace unos días un aumento de sueldo concedido para él y para su gabinete del 50%, según él para comprar “camisas y corbatas”.

La creación del Tribunal Especial de Kosovo, localizado en La Haya, aunque sometido a legislación kosovar, ha golpeado el eje de flotación de los principales líderes kosovares, ensombreciendo su futuro político. El presidente Hashim Thaçi, como líder político del UÇK, el Primer Ministro, Ramush Haradinaj, como comandante de las fuerzas del UÇK en Kosovo oeste, y el portavoz parlamentario, Kadri Veseli, como comandante de los servicios de inteligencia de la organización militar son los principales señalados para ser imputados por la comisión de crímenes contra población serbia durante la guerra de Kosovo. El Parlamento ha buscado con denuedo boicotear la actividad del tribunal. Sin embargo, Washington, Bruselas, París, Londres, Roma y Berlín reaccionaron presionando a los parlamentarios. Estados Unidos sigue siendo el policía de la política local, pero un policía cada vez más expeditivo. El Primer Ministro albanés, Edi Rama, respecto a los tres políticos y su enfrentamiento con sus benefactores internacionales llegó a decir: “son como una vaca que derrama su propia leche”. Los políticos kosovares cedieron.

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Niños albanokosovares participan en actividades organizadas en Prístina por el Día de Europa. 

De un tiempo a esta parte la diplomacia kosovar parece retraída, de hecho esta primera etapa de gobierno destaca por la poca actividad exterior, con apenas algunos viajes significativos a Tirana y Bruselas, y los rumores que apuntaron durante varias semanas a la denegación de visados para Thaçi y Haradinaj desde Reino Unido y EE UU por su voluntad de abolir el Tribunal Especial en sede parlamentaria. Tanto la negativa de países como Rusia o China –cuya influencia exterior desde hace una década se ha multiplicado– a reconocer la independencia kosovar, o de algunos países de la UE, determina que el país siga aislado internacionalmente. Hace poco España hacía rectificar a la Comisión Europea en su estrategia, que había incluido en un inicio a Kosovo como un país más dentro del bloque de ampliación. Al respecto, merece la pena destacar una nueva inquietud en el tablero regional: parece que la UE ha dado un espaldarazo a la ampliación serbia y montenegrina, respecto a la bosnia, albanesa, macedonia o kosovar, lo que afianza el riesgo de que las cuitas de los países eslavos con sus vecinos albaneses desencadene una fractura geopolítica en la región, habida cuenta de las tradicionales trabas que los países de la ex Yugoslavia ponen a sus vecinos en sus respectivos procesos de ampliación (Eslovenia con Croacia o Croacia con Serbia han sido y son casos ejemplarizantes).

Se pone en evidencia que la casa kosovar sigue mostrando profundas grietas, enredada entre promotores y constructores, levantada sobre cimientos inestables, sin unas lindes bien delimitadas y con una difícil convivencia entre vecinos. En las cancillerías internacionales, alguna solución divisoria que no tenga repercusiones regionales cobra cuerpo, porque más de veinte años después del fin de Yugoslavia el que fuera el primer y ahora el último capítulo de la fragmentación sigue en modo bucle diplomático y sin una solución que haga realista la membresía en la UE para ambas partes. La independencia kosovar se manifestó tan proalbanesa y proamericana como antiserbia. De todas las banderas que había en Prístina el 17 de febrero de 2008, la que ondeaba con menos fuerza era la de Kosovo. No es fácil mudarse a un piso nuevo y desde el primer día llevarse mal con el vecino de al lado. Kosovo y Serbia siguen reclamando su parcela. Diez años después de la independencia kosovar, la casa está sin arreglar.

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