Irán, el último del eje del mal, es un peligro.

IranLa prensa británica y estadounidense es simpática cuando habla de Irán. Simpática por decir algo.

Cuando se trata de describir al régimen teocrático de los Ayatolás comenta que está en el origen de todos los males.

Teherán apoya al brutal régimen sirio de Bashar Al Assad, como también apoyó a su padre, el también brutal Hafez. Atenta contra la seguridad de Israel apoyando al “grupo extremista palestino” de Hamás, fundado, por cierto, como entidad deportiva con apoyo de Israel para minar a través del fundamentalismo el poderío laico de la OLP de Yasser Arafat. Irán arma a las milicias chiíes de Hezbollah que amenazan a Israel, aunque lo cierto es que el auge chií en el Líbano se debió a la invasión de 1982 para hacer frente a la OLP, que se había hecho fuerte en el país de los cedros tras ser expulsada de Jordania en el Septiembre Negro, lo que generó una cadena de atentados terroristas. Irán apoya también a las milicias chiíes de Iraq, aunque hay que recordar que Iraq tiene una mayoría de población chií, con una minoría kurda en el norte y una minoría sunní en el centro, la que gobernaba tradicionalmente.

Teherán apoya también a los hutíes medio chiíes de Yemen que, hartos del centralismo de Saná y el olvido de las tribus, derrocaron al gobierno legítimo y atacan intereses de la vecina Arabia Saudí. Teherán ha apoyado las revueltas en Bahréin, con mayoría de población chií y donde los Estados Unidos tienen una importante base militar, el puerto de la Quinta Flota. Y también  ha apoyado a la minoría chií del este de Arabia Saudí, la zona donde están los pozos petrolíferos. Teherán oprime a su propio pueblo, persigue  y encarcela a disidentes, a homosexuales, a periodistas extranjeros, impone pañuelo a la mujer para cubrir el cabello. A los medios anglosajones les falta recordar que también financió, posiblemente, a una formación política española.

A pesar de todas estas “maldades”, algún medio más reflexivo, como la muy prestigiosa New York Review of Books, reconoce que Trump no tiene motivos apara atacar a Irán, y Gran Bretaña, menos. Pero por encargo de Washington y violando las aguas territoriales españolas, el Reino Unido, sumido en una caótica situación por el Brexit y en pleno desgobierno, capturó un petrolero en el Estrecho de Gibraltar que, al parecer, llevaba crudo a Siria, violando así el embargo dictado por Trump. En represalia, los Guardianes de la Revolución iraníes toman un petrolero británico en el estrecho de Ormuz. Londres intenta resolver la papeleta por su cuenta. Bruselas no sabe o no contesta. Son ellos solitos, con sus antaño muy gloriosos Royal Marines, los que se han metido en este lío.  

Sí, el origen de todos los males está en ellos; nosotros somos los correctos, los que apoyamos las causas justas, la democracia. Pero tras el ataque contra las Torres Gemelas, el 11/s, los periodistas estadounidenses descubrieron que 15 de los 19 terroristas era saudíes, que en aquel país, el aliado más poderoso de los EEUU en la región, pasaba algo extraño. Durante los meses siguientes se dedicaron a publicar artículos sobre el lado oscuro del opresivo régimen saudí, el único país del mundo que lleva el nombre de la familia reinante, que tiene más de un millar de príncipes y princesas, donde solo gobiernan los Saud, ahora el todopoderoso príncipe heredero Mohamed Bin Salman, donde la mujer debe ir con el rostro cubierto en la calle y acompañada por familiares en lugares públicos; en donde rige la dura corriente wahabí del Islam, que es exportada a todo el mundo.

Hay que seguir el curso de la historia para comprender la situación actual. Cuando Jomeini triunfó y fundó la teocrática República Islámica de Irán, cundió el pánico  entre los vecinos sunníes, en la riquísima región petrolífera. Había que volver a la pureza del Corán. Volvió a imponerse el velo, y desapareció el laicismo de la minifalda. La sunní Arabia Saudí, la guardiana en nombre del Islam de los Santos Lugares de Meca y Medina, aparecía como impura a los ojos del rigor chií y mudó la capital de la frívola Jeddah, con sus playas y palmeras, junto al Mar Rojo, a la austera Riad, la tierra de los Saud. Las dos ramas del Islam se disputaban el liderazgo con más fiereza.

Ahora hay tensión entre Gran Bretaña e Irán. Teherán conoce muy bien a los británicos: la embajada del Reino Unido en la capital, en Ferdusi, es gigantesca, desproporcionada. Enfrente, por cierto, hay dos joyerías de judíos, una minoría absolutamente respetada que siente iraní y para nada israelí. Las tensiones en la zona son para otros. A finales del siglo XIX, Londres dominaba “de facto” el país a través del comercio. Un británico, Talbot, consiguió el monopolio del tabaco, un producto que era fundamental: 200.000 productores de muy buena hoja que se fumaba hasta en las mezquitas. La revuelta gigantesca contra el monopolio y su cancelación,  a través del “poder popular” sentó las bases para la otra revolución que iba a llegar más tarde, en 1979.

Antes incluso de la batalla de Salamina había tensión entre el Occidente y el Oriente. Pero allí, perdieron los persas y ganamos nosotros, los griegos. Y desde entonces, dominamos. Estamos en el lado bueno de la historia, somos los que exportamos democracia y derechos humanos, aunque no a Arabia Saudí y a los Emiratos del Golfo. Tampoco hay que llegar a tanto. Pero no nos gusta lo que sucede en Irán, donde el 60 por ciento del estudiantado en la Universidad son mujeres, que después suelen lograr un empleo, no como en Arabia Saudí, donde la mujer estudia pero después no puede trabajar, donde no conduce. En el país de los clérigos chiíes, conduce. Tiene que llevar velo, pero en la zona norte de Teherán, los barrios ricos, el pañuelo hace años que va a la altura de la coleta. Las fiestas privadas de los jóvenes iraníes son iguales que las nuestras. Los Ayatolás gobiernan, pero los bazaríes, los comerciantes, son los que mueven el país porque tienen experiencia. Llevan tres mil años negociando en la Ruta de la Seda.

Cuando triunfó la revolución islámica en Irán, los periódicos, las televisiones, (no había Internet, afortunadamente), se llenaron de reportajes sobre el peligro chií; hasta Almodóvar los mencionaba en Mujeres… La Espada de Islam fue el nombre de un documental muy difundido. Todos los chiíes llevaban un puñal entre los dientes. Israel, la única potencia nuclear de la zona, aunque nunca, que se sepa, ha efectuado pruebas nucleares, ha explotado el miedo al arma nuclear iraní, ha amenazado con atacar para cortar la carrera atómica de los Ayatolás. Una operación que sería muy complicada por la distancia y por las defensas iraníes. Un alto mando militar nos comentó a un grupo de periodistas en la sede del Ministerio de Defensa en Tel Aviv, que no, que no era posible atacar a Irán. Pero después, algún técnico de alguna potencia consiguió lo imposible: introducir un virus mediante una memoria USB en el ultraprotegido sistema informático que controla las centrifugadoras para enriquecer uranio.

Entrevisté a Masoumeh Ebtekar, que fue la portavoz del larguísimo secuestro, 444 días, en la embajada de los EEU en Teherán, y me encontré con una persona extremadamente dulce, como son todos los iraníes que he conocido, uno de los pueblos más amables del mundo. Ah, y no vi puñal alguno.

¿Por qué ocupamos la embajada?, porque no queríamos, me dijo, que los Estados Unidos acabaran con el régimen como sucedió cuando Gran Bretaña, con el apoyo  de Washington. derrocó a Mohamed Mosadegh en 1952. El primer ministro había nacionalizado el petróleo. Desapareció el viejo poder imperial británico en la región y surgió el de los EEUU, la nueva gran potencia mundial. Luego, su aliado, el Shah Reza Pahlevi, pensó que el peligro eran los comunistas y los combatió con su durísima policía política, la Savak. Pero aquel señor corrupto y riquísimo que salía tanto en el Hola, ni se enteró del auge del discurso de Jomeini entre las clases pobres del país, que eran y siguen siendo muchas.

Sí, Irán tiene la culpa de todo, pero Teherán, recuerda las intervenciones extranjeras. Tras la revolución, el régimen  de los Ayatolás se convirtió en un peligro para Occidente y los países sunníes del Golfo. Para conjurar el peligro y desgastar al enemigo, éstos apoyaron a la potencia de la zona, Iraq, para que iniciara la cruel guerra contra Irán.

Siempre hay que buscar una excusa para mantener la tensión en la tierra del petróleo, para disputarle el control a Rusia y para vender armas.

Siempre hay alguien peligroso, Abu Nidal, un nombre que hoy no recuerda nadie, Septiembre Negro, la OLP, los chiíes u Osama Bin Laden, mantenido durante un tiempo por Washington, que se volvió contra el padre.

Hace un año, Trump se retiró unilateralmente de JCPOA, el acuerdo para limitar el enriquecimiento de uranio iraní e impuso, de nuevo, sanciones a Teherán. La excusa del presidente de los EEU, la clave de esta escalada, es que una normalización con el régimen iraní llevaría a la expansión de su influencia en la zona. Pero la excusa produce risa, comenta la NYRB. El Ejército iraní está muy anticuado, sus aviones usan tecnología de hace décadas, y no tiene Marina, apenas patrullas costeras. De risa.

Hay que apoyar por tanto al aliado de la región, a la  Arabia Saudí del príncipe heredero Mohamed Bin Salman, aunque hiciera lo que hizo con el periodista crítico Jamal Khashoggi. Hoy, todo el mundo, hasta Pedro Sánchez, habla con el gobernador de facto de Riad, MBS.

George Bush, hijo, gritaba aquello de:” Irán, Iraq, Corea del Norte, son el eje del mal”. El país de Saddam Hussein fue invadido tras aquella burda, tosca, falsa acusación de que tenía armas de destrucción masiva, que jamás aparecieron.

Iraq, uno de los tres del “eje del mal” cuenta hoy con apoyo financiero de los EEE, que entrena a sus tropas. Bagdad tiene un gobierno moderado, un presidente kurdo, Barham Salih, educado en el Reino Unido, y un primer ministro, Adel Abdu Mahdi, un economista chií que vivió en Francia y que estudió en los jesuitas norteamericanos en la capital iraquí.

El otro “malo”, Corea del Norte, recibe hoy en su frontera  al ”halcón “ Trump, algo impensable con los “ paloma” Clinton u Obama.

Ahora los medios británicos cuentan que los Guardianes de la Revolución iraníes han secuestrado un petrolero británico, pero no recuerdan, ellos que son tan de “fact checking y de background”, el porqué de las cosas, que los Royal Marines capturaron un petrolero iraní en aguas de Gibraltar. El precario gobierno de Londres, si es que lo hay, dice que lo suyo fue legal y lo otro, ilegal. Volvemos a Salamina.

Para empeorar las cosas, si es posible, Londres pide que Europa escolte a los barcos que pasen por el Estrecho de Ormuz. Patético, vergonzoso, lamentable, o todo junto a la vez. El Reino Unido, que se va de la Unión,  captura un navío, por su cuenta y riesgo, en aguas de españolas, y luego pide ayuda…a Bruselas. Sin más comentarios.

De momento, los Estados Unidos han enviado medio millar de soldados a Arabia Saudí, donde Washington tuvo estacionadas tropas hasta 2003, en que fueron reubicadas en Qatar. Riad explica que se trata de “colaboración militar “, pero es un movimiento peligroso. Son muchos los religiosos, guardianes de la pureza del Corán, que ven como un pecado el estacionamiento de tropas extranjeras en el país que vela por los Santos Lugares. De hecho, los estadounidenses tuvieron que irse de Arabia Saudí porque hubo una serie de atentados contra sus tropas. A toda acción sigue una reacción. En física y en política.

Son movimientos peligrosos que pueden empeorar la situación, no mejorarla. Y hay que buscar una provocación Del triunvirato del “eje del mal”, solo queda Irán, que tiene la culpa de todos los males.