Estados Unidos, Irán y cómo incendiar Oriente Medio

Publicado originalmente en esglobal.org

Washington quiere retomar el control de una región que se la ha ido de las manos en los últimos 20 años. La presente crisis y peligrosa escalada militar es producto de la complejidad de fracturas que tiene Oriente Medio y la creciente imposibilidad de Estados Unidos de manejarlas. El asesinato del comandante militar Qasem Soleimani es parte de la compleja relación que mantienen Irán y EE UU desde hace siete décadas. El resultado será una inestabilidad aún más peligrosa.

Iran EE UUMiembros de una fuerza militar proiraní en Irak pisan la bandera de EE UU con la cara de Donald Trump después de que un dron estadounidense matara a Qasem Soleimani (a la derecha en el cartel), enero 2020. AHMAD AL-RUBAYE/AFP via Getty ImagesLos pasos dados por Washington en Oriente Medio en las últimas semanas indican el intento de volver a controlar una región en la que fue hasta hace dos décadas la potencia dominante. Pero Estados Unidos ha perdido la capacidad que tenía de manejar las intrincadas dinámicas locales marcadas por rupturas entre diferentes identidades, sociedades, políticos y poderes regionales.

Acciones como el asesinato del comandante militar Qasem Soleimani, general de división iraní, comandante de la Fuerza Islámica Revolucionaria Quds, y las amenazas del presidente Donald Trump tanto de atacar Irán como de cobrarle a Irak la ayuda militar provista desde 2003, son signos de debilidad y falta de una estrategia hacia Oriente Medio. A ello se suma que EE UU produce el petróleo que necesita, y ya no precisa garantizar el acceso a este recurso.

Estados Unidos se encuentra en un largo proceso de abandonar la región, pero debido al poder que Washington tuvo, la presencia y alianzas que todavía conserva, y la fuerza militar que posee, su retirada está generando destrucción y caos. Su salida, además, coincide con las ambiciones de una serie de potencias regionales y externas: Irán, Arabia Saudí, Turquía, Rusia y China, además de la presencia europea. Por su parte, Israel desarrolla su propia política exterior y de defensa, en ocasiones coincide con Estados Unidos, pero crecientemente está estableciendo alianzas no convencionales con Moscú, Ankara y las monarquías del Golfo.

Una salida de la región es abandonar, ante los hechos consumados, su papel hegemónico y su capacidad de influenciar acontecimientos. En otras palabras, relacionarse, eventualmente influir, sin necesariamente tratar de dominar. Como dice el historiador Victor Bulmer-Thomas, pasar de imperio a ser un Estado normal.

Las recientes decisiones tomadas por Trump tienen resonancias de siete décadas de compleja relación entre Estados Unidos y Oriente Medio, y especialmente entre Washington y Teherán. Más recientemente, reviven parte de la agenda intervencionista militar del ex presidente George W. Bush y los golpes quirúrgicos contra líderes de grupos armados que practicó masivamente Barack Obama para evitar la implicación directa de tropas en combate. Ambas formas de uso de la fuerza, pese a sus diferencias, intentaban sustituir la carencia de políticas sobre el papel de EE UU en la región.

 

Una relación turbulenta

Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Washington edificó su hegemonía sobre su herencia de la influencia colonial de Reino Unido y Francia, sus alianzas con poderes locales para comprar petróleo y venderles armas, y el control de zonas estratégicas.

La influencia se fortaleció en el contexto de la Guerra Fría, cuando situaciones internas, como el auge de gobiernos nacionalistas, las luchas de movimientos de liberación nacional y el conflicto israelí-palestino, fueron consideradas desde EE UU como parte de la lucha ideológica con la ex Unión Soviética.

En el caso iraní, Washington conspiró con Reino Unido para derrocar a un gobierno nacionalista en 1953 y se alió desde entonces con el autoritario y prooccidental Sha Reza Phalevi. En 1979 la revuelta contra su gobierno, liderada por islamistas, fue sorpresiva, y más aún la toma de la embajada estadounidense durante 444 días. Este fue un trauma nacional en EE UU que marcó desde entonces la relación entre Washington y Teherán, y que Trump acaba de revivir en sus tweets.

El ascenso del islam político militante a partir de los 90 desafío la presencia estadounidense en la región. Pese a las victorias de Washington al lograr la salida de la URSS de Afganistán (1989), expulsar a Irak de Kuwait (1991) e impulsar el proceso de paz entre israelíes y palestinos, las dinámicas locales comenzaron a desgastar su poderío. El crecimiento de redes islamistas radicales asestó golpes contra objetivos estadounidenses en Tanzania, Arabia Saudí y en el puerto de Adén. Por último, los ataques contra el World Trade Center y el Pentágono el 11 de septiembre de 2001 mostraron real y simbólicamente su vulnerabilidad.

 

Democracia a la fuerza

Las respuestas militares en Afganistán (2001) e Irak (2003), y la guerra contra el terror con el fin de luchar contra Al Qaeda resultaron ineficaces para contener el islamismo radical. Por el contrario, éste se tornó más complejo y diversificado en sus tendencias suníes y chiíes, dando lugar a decenas de organizaciones armadas en las guerras en Siria e Irak y al nacimiento del autoproclamado Estado Islámico (Daesh).

Irak EEUU protestaGrupos armados chiíes atacan la embajada de EE UU en Bagdad, Irak, diciembre de 2019. AHMAD AL-RUBAYE/AFP via Getty ImagesComo indica Michael C. Hudson, de la Universidad de Georgetown, la inestabilidad socioeconómica y política, sumada al islamismo radical hicieron que a principios del siglo XXI “Estados Unidos se encontró, más allá de su incontestable presencia militar en la región, incapaz de ejercer suficiente poder político y diplomático (poder blando) para imponer una Pax Americana en esta turbulenta región”.

Las respuestas militares intervencionistas del gobierno de George W. Bush fueron alentadas por un grupo de ideólogos denominados neoconservadores. Esos rechazaban que EE UU se sometiese a las reglas del Derecho Internacional y al multilateralismo. En relación a Oriente Medio, consideraban que la forma de combatir el terrorismo era cambiar los regímenes que lo auspiciaban en Estados con instituciones débiles, corruptas o inexistentes, y promover la democracia liberal. La promoción de la democracia a través de la fuerza resultó un fracaso, entre otras razones por usar métodos antidemocráticos, como la tortura y la violación del Derecho Internacional, y también debido al desconocimiento de las realidades locales que se pretendían modificar.

La invasión de Afganistán terminó beneficiando a los talibanes, que hoy controlan gran parte del territorio. Por su parte, la invasión de Irak resultó un fracaso. La caída del suní Sadam Husein permitió que el chiismo, fuertemente vinculado a Irán, se hiciese fuerte. El país, fracturado entre las dos identidades, más la presión kurda en favor de la independencia, está sumergido en una profunda crisis.

En 2014 el Estado Islámico lanzó su ofensiva contra el Gobierno iraquí. Milicias chiíes coordinadas por Qasem Soleimani lo combatieron, colaborando informalmente con la coalición internacional contra Daesh liderada por Estados Unidos. Pero mientras que esas milicias ganaron prestigio social y espacio político, las divergencias entre el Ejecutivo de Trump y el iraquí se agrandaron, especialmente por la falta de estrategia del primero y la corrupción y deslegitimación popular del segundo.

Pese a la inmensa ayuda militar y económica de Washington, Irak depende cada vez más de Irán para el suministro de energía y bienes, y es el segundo mayor comprador de petróleo iraní después de China. A la vez, es muy fuerte el rechazo de parte de la sociedad hacia el gobierno apoyado por Estados Unidos y la presencia de sus fuerzas militares.

Durante su presidencia Obama apostó por lograr un acuerdo para prevenir que Irán contase con armas nucleares. En 2015 se firmó el acuerdo entre Irán, EE UU, China, Rusia, el Reino Unido y Alemania (P+5) que limita el programa nuclear iraní sólo para usos civiles bajo supervisión internacional. Este acuerdo sintetizaba la visión de Obama de liderar, cooperar con otros actores del sistema internacional y contener la proliferación nuclear.

 

Otra vez el cambio de régimen

La llegada de Trump a la Casa Blanca alteró totalmente la relación con Teherán. En 2018 la Casa Blanca abandonó el acuerdo sobre el programa nuclear iraní, poniendo a la República islámica y los aliados europeos en una difícil situación. En nombre de la política de “máxima presión”, EE UU impuso sanciones injustificadas a Irán y amenazó con represalias al resto de los países del mundo que compren petróleo y otros productos iraníes.

Con esta política, Trump se puso del lado de Israel, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, que consideran a Teherán un enemigo regional. La Casa Blanca planteó la necesidad de rehacer el acuerdo, ampliándolo a limitar la influencia del régimen de los ayatolás en la región, precisamente la que lideraba Soleimaini con operaciones más o menos encubiertas en Siria, Yemen, Líbano y Gaza.

Al denunciar el acuerdo con Irán Trump también se alineó con el sector más intervencionista de su Gobierno, especialmente el Secretario de Estado Mike Pompeo, con el lobby proisraelí, y con los antiguos y nuevos neoconservadores que ocupan puestos en la Administración. Estos aplauden que Trump adopte medidas contra el multilateralismo, en favor de Israel y ofensivas para tratar de cambiar el régimen en Irán.

 

El futuro de la región

Pese a que en estos días abundan los comentarios que centran toda la influencia regional de Irán en Soleimaini, éste era una pieza importante pero no la única de una estrategia que Teherán ha desarrollado durante décadas.

EE UU Iran protestaUna mujer protesta contra EE UU en el funeral por Qasem Soleimani. AHMAD AL-RUBAYE/AFP via Getty ImagesEl asesinato del líder de la brigada Quds no cambiará la política iraní de promover sus intereses en la región a través de grupos armados y aliados políticos. Por el contrario, esta será, posiblemente, la mejor venganza que puede adoptar porque cumpliría tres objetivos: combatir la presencia de Estados Unidos, luchar contra los gobiernos suníes y continuar práctica y simbólicamente el trabajo regional del militar asesinado.

El anuncio del Gobierno iraní de no respetar los límites establecidos por el acuerdo de 2015 tendrá como consecuencia que Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos desarrollaren sus  propios programas nucleares, un objetivo que han buscado desde que Obama empezó la negociación con Teherán. En una década es posible que además de Israel, una o dos monarquías árabes e Irán cuenten con armas nucleares, convirtiendo a Oriente Medio en el lugar más peligroso del mundo.

Irak será el país más afectado por la tensión entre Irán y Estados Unidos. El Gobierno depende de las dos partes, y está sometido a una fuerte protesta social que le exige tanto el fin de la corrupción y el acceso a servicios (electricidad, agua, trabajo…) como la salida de las tropas estadounidenses.

Si bien Daesh ha sido derrotado en su proyecto de construir el Califato, miles de sus militantes (y esposas e hijos) están en Irak y Siria, y pueden volver a actuar. El asesinato de Soleimaini ha llevado a que se suspenda la operación internacional contra el Estado Islámico, y eso puede llevar a que salgan de las frágiles prisiones en que se encuentran los militantes y puedan producirse ataques terroristas en Irak y otros países.

En otros escenarios, la guerra en Siria continuará siendo definida por Rusia y Turquía. Las posibilidades de un acuerdo entre Arabia Saudí y las milicias hutíes en Yemen con la mediación de Omán y países europeos se vuelven más lejanas. El prometido “acuerdo del siglo” que Trump tenía para solucionar el conflicto palestino-israelí se ha quedado en nada mientras que Irán incrementará su apoyo a Hamás y la Yihad Islámica en la franja de Gaza. Y en la guerra en Libia, Washington tiene un papel secundario frente a la creciente influencia de Rusia, Arabia Saudí, Turquía y Francia, apoyando a diferentes partes del conflicto.

Trump ha indicado constantemente que quiere retirar a EE UU de guerras “que nunca acaban” y evitar la implicación de tropas de su país en estos conflictos. Paradójicamente, su temeridad o ignorancia le está llevando no sólo a implicarse en una posible guerra con Irán, sino que está colaborando a incendiar Oriente Medio.

Después de los ataques de septiembre de 2001, el diplomático William J. Burns, que ocupaba un cargo en el Departamento de Estado, escribió un memorándum sugiriendo que, ante la crisis interna en el mundo islámico, EE UU debía “ayudar a crear un sentido de orden geopolítico [en Oriente Medio] que pueda privar a los extremistas del oxígeno que necesitan para agitar las llamas del caos, y proveer a las fuerzas moderadas el apoyo sostenido que necesitan para demostrar que pueden servir a sus sociedades”. La región está más afectada que hace dos décadas por profundas disfunciones, y el extremismo preside la Casa Blanca.