Europa no debería estar al servicio de los intereses geoestratégicos de Estados Unidos

¿Qué pinta un general español dirigiendo a las tropas aliadas en Georgia, y qué pintan esos efectivos allí apenas unos meses después de la guerra relámpago que estuvo a punto de crear un nuevo conflicto de graves consecuencias en el Cáucaso? ¿A qué juegan Estados Unidos y Europa en esa zona? ¿Defiende Europa sus propios intereses plantando sus pertrechos militares bajo la bandera de la OTAN en la frontera sur de Rusia y enseñándole los dientes, en una muestra clara y manifiesta de inamistad?.

La OTAN, es decir buena parte de los ejércitos y fuerzas de seguridad de la Unión Europea, aunque no de todos sus países, sí de España, realiza maniobras, militares por supuesto, en Georgia este 6 de Mayo. Maniobras que tienen lugar cerca de Tbilisi -o Tiflis, como decíamos antes- dirigidas por el general español Caetano Miró Valls. Y claro, ante tal despliegue en sus propias narices, cómo no, Rusia responde con ejercicios militares en Abjazia y Osetia del Sur, dos territorios absorbidos por Georgia cuando, aprovechando la disolución de la URSS se desgajó de la gran patria rusa. Moscú fomentó después la independencia de esas dos repúblicas y reconoció su independencia tras la absurda bravuconada de Tbilisi, que en agosto de 2008 invadió Osetia del Sur y llegó hasta su capital, para salir pitando poco después delante de los tanques rusos. Bravuconada propia, al parecer, del carácter alocado del presidente georgiano Mijaíl Saakashvili, jaleado por la administración Bush y también desde ciertas capitales europeas dadas a fomentar revoluciones de colores.

Que Estados Unidos y, detrás de ellos la Europa otanera, juegan con fuego en esa zona tan cara a los intereses de Rusia, lo saben hasta los tontos. Se reconoce también que en las relaciones internacionales no hay amigos ni aliados, sino intereses concretos. Y que en el Cáucaso, como ya sucedió en Yugoslavia y como sucede en Iraq, Irán, Afganistán y en todo el Oriente Medio, el Gran Juego versa sobre el control del petróleo, del gas, del agua y de las consiguientes rutas de abastecimiento, ádemás de ir poniendo hitos en torno a China y la emergente India.

La pregunta es si el Gran Juego de los Estados Unidos debe ser el de Europa. Si, en el caso concreto de Rusia, Europa debe seguirle la comba a Washington o si los intereses específicos de Europa chocan aquí con los del Imperio de Occidente. Basta sólo con recordar la dependencia del gas ruso, para establecer que, quizás a los europeos no nos interese mucho seguir bailándole el agua al Amigo Americano.

La vieja polémica sobre si Europa debe y puede construir su propia defensa o seguir adosada a la de los Estados Unidos, parece haber quedado obsoleta; máxime con la que está cayendo sobre las finanzas. Y para colmo ya no nos queda ni Francia para poder entonar un neogaullista ‘L’Europe toute seule’, porque en lugar del general un tal Sarkozy ha decidido pasear sus encantos también por la Estructura Militar para regocijo del Pentágono.

Pero la crisis, como los niños, tampoco viene de París, sino de los Estados Unidos de América. Y parece una señal más de que su poder está en declive. Hace tiempo que Washington no es capaz de dominar él solo el mundo. Sus legiones ya no pueden abarcar completamente el Orbe y ni siquiera alcanzan a estar en todos los frentes que les surgen aquí y allá. Así es que Europa, como ya está haciendo Latinoamérica, debe ir pensando en plantarle cara al ex Todopoderoso Imperio, en lugar de seguir obedeciendo ciegamente sus órdenes como hasta ahora.

Si la crisis financiera debe ser la ocasión para replantearse el funcionamiento del sistema económico desde la raíz, la crisis subsiguiente en la cabeza del poder político-militar dominante, debe llevar a los europeos a repensar sus alianzas en este terreno si, como sucede con el puntual caso de Georgia, el seguidismo del liderazgo norteamericano es perjudicial para nuestros intereses. No se trata de cambiar a Washington por Moscú, se trata de defender plenamente los derechos de los europeos, en lugar de apoyar, por imposición, las estrategias diseñadas en función de intereses que nos son ajenos. Las alianzas, además, no tienen porqué ser permanentes e inmutables. Moscú y Pekín son capaces de aliarse ante el cerco norteamericano, y al mismo tiempo disputarse dominios que ambos desean controlar.

No todos los países miembros de la UE pertenecen a la OTAN, afortunadamente. La Alianza Atlántica nació como un instrumento de la Guerra Fría, frente a la URSS y al Pacto de Varsovia, que ya no existen. Es pues algo anacrónico, que solo se mantiene a base de traspasar los límites y los objetivos para los que fue creada. Eso sí, siempre bajo la misma batuta.

Para quienes la Europa de los Pueblos es un objetivo a construir en lugar de la actual de los Mercaderes, o si se quiere de los ‘avispados’ financieros, también debe serlo una Política de Defensa al servicio de los intereses de todos los ciudadanos. Entre ellos, prioritariamente, la defensa del medio ambiente y de la paz. Y a mi juicio esos intereses no se defienden dentro de la OTAN, sino todo lo contrario. Para que sea posible siquiera plantear esto en las instituciones europeas, los ciudadanos se deben hacer oír en la calle y a través de los partidos que plantean una Política de Seguridad y Defensa distinta, que propugnan el fin de la Alianza Atlántica. Así es que quizá sea ésta una de las razones que obliguen a pensarse dos veces si dejarse llevar por la tentación de abstenerse en las próximas Elecciones Europeas.

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