Cas Mudde habla de la extrema derecha actual.

Mudde

Publicado originalmente en Voxeurop.eu

Traducido por Pedro Andueza González

«Estamos viviendo la cuarta ola de la política de extrema derecha desde el fin de la Segunda Guerra Mundial»

Cas Mudde, académico experto en populismo y extrema derecha, habla de The Far Right Today, su último libro, donde explica cómo el discurso centrado en el autoritarismo y el nativismo se ha convertido en algo normal, gracias a la complicidad de los partidos moderados y los medios de comunicación convencionales.

Voxeurop: ¿Por qué te interesaron tanto los movimientos políticos radicales y la extrema derecha? 

Cas Mudde: Crecí en los Países Bajos durante los años 70 y 80, cuando el fascismo y la Segunda Guerra Mundial estaban omnipresentes en la educación que se impartía sobre la historia y la política. Esta influencia aumentó tras el éxito del mal llamado Centrumpartij (Partido de Centro, CP) en 1982. Aunque este partido de derecha radical solo consiguió el 0,67 % de los votos, obtuvo un escaño en el parlamento, lo que suscitó un sinfín de manifestaciones en contra y debates sobre cómo detener el avance del «fascismo». Esta respuesta tan desproporcionada y el miedo irracional a la extrema derecha que hubo entonces me fascinaron.

¿Por qué creíste que era necesario un libro como The Far Right Today? ¿Qué datos novedosos da sobre este tema? 

La razón principal fue la creciente frustración por el uso de la palabra «populismo» como sinónimo de extrema derecha. Aunque «populismo» es un término útil, abarca mucho más que «extrema derecha», y a su vez la extrema derecha abarca mucho más que el populismo. El aspecto principal de la extrema derecha es el nativismo, no el populismo, estos términos no se deben confundir. El nativismo discrimina por la etnia, el populismo por la moral; el nativismo se opone a las minorías étnicas, el populismo a las élites. 

¿Hay alguna diferencia entre la extrema derecha y la derecha radical? 

Sí. La extrema derecha abarca ambas. La extrema derecha rechaza la democracia (la soberanía popular, el poder de la mayoría…), la derecha radical acepta la democracia, pero desafía las instituciones y valores fundamentales de la democracia liberal (los derechos de las minorías, el poder de la ley, la separación de poderes…).

Uno de tus principales argumentos es que el discurso y la ideología de la extrema derecha se ha normalizado en la mayor parte de Occidente, sobre todo en Europa. ¿Cómo ha ocurrido? 

Este proceso se desarrolló de diversas maneras, dependiendo del país. Ocurrió más pronto, por ejemplo, en Francia que en Alemania. Los ataques terroristas del 11-S y la perspectiva desde la que hablaron de aquel conflicto los medios de comunicación convencionales y los políticos como de una amenaza del «islam político» contra «los valores de Occidente» fueron unos de los principales factores que consiguieron restablecer ideas muy arraigadas de la extrema derecha en el discurso político y mediático convencional. En muchos países, la extrema derecha no tuvo gran influencia en la percepción del 11-S, pero aun así se beneficiaron del conflicto. Una vez que la extrema derecha consiguió penetrar en las elecciones, los medios de comunicación convencionales y los políticos empezaron a denominar a sus votantes como «el pueblo», y sus (supuestas) preocupaciones, de «sentido común».

¿Son los medios de comunicación y las redes sociales los responsables? En tal caso, ¿en qué medida? ¿No deberían los políticos de extrema derecha tener acceso a los medios de comunicación en virtud de la libertad de expresión y por el bien de un debate democrático? 

Los medios de comunicación convencionales son los principales responsables. Ya habían ocurrido muchas cosas antes de que las redes sociales fuesen tan relevantes e incluso hoy en día solo una minoría de la población está activa en redes sociales como Twitter. Los medios de comunicación convencionales de extrema derecha como Bild, Figaro o The Times, han promulgado la islamofobia. Los medios de comunicación convencionales de izquierdas como The Guardian, The New York Times o de Volkskrant, han publicado artículos de opinión de los políticos de extrema derecha o han prestado atención desproporcionada a personas como Steve Bannon. 

«Los medios de comunicación convencionales son los principales responsables de la normalización en Europa de la extrema derecha y su difusión» 

La libertad de expresión no significa tener derecho a un artículo de opinión en el New York Times. No significa que se deba organizar una entrevista hecha a medida en The Spectator. Significa que el estado no puede limitar tu libertad de expresión. Los medios de comunicación deberían informar con criterio sobre todos los actores e ideologías políticas relevantes, incluyendo la extrema derecha, pero deberían ser aún más críticos con aquellos sectores e ideas que sean hostiles hacia los fundamentos de la democracia liberal, que, de hecho, es crucial para que los medios de comunicación sean libres e independientes. No deben ser ignorados, ni se debe «luchar» contra ellos, pero tampoco se les debe tratar como «los otros» (como a los partidos democráticos liberales), o darles una desproporcionada atención «negativa», ya que terminan siendo normalizados y visibilizados. 

¿Cuáles son las consecuencias, políticas y sociales, de esta tendencia en Europa? 

Políticamente, ha empujado a la política europea cada vez más hacia la «derecha», especialmente hacia el autoritarismo y el nativismo. Fue evidente durante el inicio de las «crisis de los migrantes» de 2015, ya que ambos términos, «crisis» (en lugar de reto o situación) y «migrantes» (en lugar de solicitante de asilo o refugiado), son propios de un punto de vista de la extrema derecha, incluso si la situación se remonta a más de 15 años. Otra consecuencia ha sido que muchos de estos partidos políticos sean considerados «Koalitionsfähig» (admisibles en coaliciones), fortaleciendo a la extrema derecha y empujando a la política en general hacia sus ideas. 

Los efectos de estos cambios políticos en las sociedades europeas son más complejos. Han ayudado a hacer que «asuntos de la extrema derecha» como la corrupción, el crimen y la inmigración, sean temas más presentes para la población, pero no ha hecho necesariamente que la sociedad sea más autoritaria o nativista, en parte porque, hasta cierto punto, ya lo era antes y porque los jóvenes son menos autoritarios y nativistas por lo general. Sin embargo, sí existen ciertas señales que advierten que las minorías, sobre todo aquellas en el punto de mira de la (extrema) derecha, se sienten menos representadas y menos seguras, pero carecemos de datos suficientes sobre esto.

¿Ha influido la UE en esta situación? 

 Sí, bastante. Los líderes y partidos nacionales han utilizado la UE para despolitizar asuntos polémicos e incluso la han utilizado como cabeza de turco al implementar políticas desaprobadas por los ciudadanos. Al mismo tiempo, la UE ha cambiado cualitativa y cuantitativamente en las últimas décadas, sobre todo desde el Tratado de Maastricht de 1992, que desencadenó el euroescepticismo, cada vez más común, y que ha beneficiado a la extrema derecha. Por último, la UE es un reflejo europeo de las situaciones nacionales y por eso los asuntos e ideas de la extrema derecha están cada vez más normalizados y son más comunes a nivel europeo, principalmente gracias al Partido Popular Europeo (EPP).

¿Colaboran entre distintos países? Si no es así, ¿por qué es difícil de conseguir esta colaboración? 

La extrema derecha colabora transnacionalmente, pero no de manera muy eficaz. De hecho, los partidos de extrema derecha se dividen en el Parlamento Europeo entre dos grupos con distinto nivel de extremismo, los «conservadores» y reformistas (European Conservatives and Reformists, ECR) y los radicales (Identity & Democracy, I&D). Pero también hay miembros de la extrema derecha en el EPP (Fidesz, por ejemplo) y en el grupo de No Inscritos. Mundialmente, hay claras afinidades entre algunos líderes de la extrema derecha, como Modi y Trump o Bolsonaro y Trump, pero no tienen verdadera solidez y simplemente se usan para incitar al apoyo nacional. No existe un movimiento europeo, ni mucho menos global, de «nacionalismo internacional». Esto se debe principalmente a que la extrema derecha prioriza la política nacional y se opone al actual «orden mundial liberal», y además no tiene, ni comparte, una visión global alternativa. 

¿Qué países de Europa no están siguiendo esta tendencia hacia el extremismo de derechas? ¿Y por qué? 

Es difícil de decir, ya que cuando esto se publique, quizá haya quedado obsoleto. Lo más importante es dejar claro que ningún país es inmune a las políticas de la extrema derecha. A finales del siglo XX se pensaba que los Países Bajos eran inmunes, pero Pim Fortuyn demostró lo contrario. Durante los primeros años del siglo XXI se pensaba que Alemania, España y Suecia lo eran también, pero todos ellos tienen hoy en día partidos políticos de extrema derecha importantes. Aunque Chega solo tiene un escaño en el parlamento portugués, las últimas encuestas acercan sus números a las dos cifras. Sin duda, hay lugares que aún están exentos, como Islandia o Irlanda, pero esto podría cambiar pronto, ya que, aunque sean de los países con menos inmigración no europea, lo mismo ocurre en Europa del Este, que acoge a los partidos de extrema derecha más poderosos.

Vives en Estados Unidos. ¿Crees que las ideas de extrema derecha están aumentando allí? ¿Tienes miedo de este aumento de la extrema derecha en Europa? ¿Cómo podemos luchar contra esta tendencia? 

Dudo que las ideas de la extrema derecha estén aumentando en Estados Unidos. Eran mucho más comunes hace varias décadas. Pero encontraron un representante en Donald Trump, que es abiertamente racista y apoya y justifica la ideología y a los grupos de extrema derecha; y por tanto motiva a los activistas de extrema derecha y el racismo. Desde que fue elegido hemos visto una explosión de racismo, incluso en los colegios. 

Me da miedo el aumento de la extrema derecha en Europa porque ha sacado a la luz el oportunismo y la debilidad política de los partidos convencionales, así como el apoyo vacío hacia las instituciones y valores liberal-demócratas de tantos europeos (no solamente de los votantes de los partidos de extrema derecha). El hecho de que la Unión Europea, fundada para evitar que haya otra vez un país gobernado por la extrema derecha en el corazón de Europa, ha permitido a Orbán convertir una democracia liberal (aunque no fuese perfecta) como Hungría en un régimen autoritario de extrema derecha; y además ha seguido concediéndole subsidios. Tanto Fidesz como los secuaces de Orbán son la prueba del mayor fracaso político de Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial. 

Lo que más me preocupa es la normalización de la extrema derecha. Algunas de sus principales ideas (como la noción de que la diversidad y la inmigración amenazan la identidad y la seguridad nacional) se consideran de «sentido común» en los medios de comunicación y partidos políticos convencionales. Ciertos miembros importantes de la sociedad, como columnistas o académicos, no solo expresan estas ideas, sino que algunos incluso representan a estos partidos extremistas. Cada vez que el «centro» se desplaza hacia la derecha, es porque, por ejemplo, «si el profesor “tal” dice que la inmigración es una amenaza para la seguridad nacional, no es racismo».

Hace poco te uniste a los ya tan extendidos podcasts creando tu propio programa, Radikaal. ¿De qué trata? ¿Qué noticias propones? ¿Qué tipo de invitados estás buscando? 

Este verano empecé un nuevo podcast, RADIKAAL («radical» en holandés), que se centra en los aspectos radicales de la música, la política y el deporte. Además de mis propios intereses políticos y académicos, va más allá del típico enfoque de la política limitado a los partidos y los parlamentos, intentando añadir también el radicalismo político de la música y los deportes en la conversación, así como la instrumentalización de estas actividades por parte de la política radical. Principalmente hablo con académicos y periodistas, pero también pretendo entrevistar a artistas (como Billy Bragg), atletas y políticos (como Lisa Nandy). Además de hablar con gente conocida, quiero también dar la oportunidad a voces menos conocidas y así ampliar el horizonte más allá de hombres blancos de prestigiosas instituciones británicas y estadounidenses. 

¿Aún sigues sin tener respuesta a «qué podemos hacer para derrotar a la extrema derecha»? 

No es que no tenga una respuesta, es que o bien no es convincente o no es eficiente. Llevo más de dos décadas dando una respuesta bastante similar, aunque para ser justos, hasta 2016, no había tanta gente que hiciese esa pregunta. No deberíamos hacer de la lucha contra la extrema derecha una prioridad. En su lugar, tenemos que fortalecer la democracia liberal. La extrema derecha es un síntoma, no es la causa del declive de la democracia liberal, cuyas instituciones y valores se han visto debilitadas por la disminución de la importancia de la ideología y el neoliberalismo, incrementando la cantidad de políticos «pragmáticos» (o más bien oportunistas), orgullosos de no tener una ideología y de considerarse a sí mismos pragmáticos en la resolución de problemas (políticos desde Tony Blair hasta Mark Rutte). Pero el pragmatismo solo funciona cuando las cosas van bien. Cuando los ciudadanos tienen que pagar el precio, sea económico (peores sueldos y prestaciones sociales) o cultural (malestar), quieren saber por qué y cómo contribuye eso a mejorar la sociedad. Para eso, se necesita una ideología. 

 


 

Un libro y un podcast

 

En su último libro, The Far Right Today (Polity Press, 2019), el politólogo y experto en extrema derecha holandés Cas Mudde explica el aumento del nacionalismo y la extrema derecha reaccionaria en Europa y en Estados Unidos, y «explica de forma accesible la historia e ideología de la extrema derecha tal y como la conocemos hoy en día, así como las causas y consecuencias de su movilización», según lo describe Katherine Williams. Además, Cas Mudde ha presentado su nuevo podcast, Radikaal, que se centra en «los aspectos radicales de la música, la política y el deporte».

 

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