Giscard d’Estaing, el bastardo que creyó derrotar el Gaullismo

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Publicado originalmente en Atalayar.com

Me lo dijo fuera de cámara cuando lo entrevisté para Televisión Española antes de que iniciara un viaje oficial a España: “Tengo un parentesco lejano con el rey Juan Carlos, al fin y al cabo, desciendo de Luis XV por la línea bastarda”. Valery Giscard d´Estaing tenía un indudable porte aristocrático, que potenciaba gracias a su casi 1,90 de estatura y a su impecable cruce de piernas cuando se sentaba en el sillón imperial desde el que dirigía sus alocuciones televisivas, una práctica que modernizó y a la que recurría varias veces al año cuando trataba de solemnizar alguna de sus grandes y sonoras reformas: mayoría de edad a los 18 años, divorcio y aborto, entre las más conformes a su programa electoral liberal. 

Fue el presidente más joven de la historia de Francia, al suceder en 1974, con 48 años al fallecido Georges Pompidou, y derrotar al candidato socialista, François Mitterrand, tras un electrizante debate televisado en el que, emulando al que sostuvieran años antes en Estados Unidos Kennedy y Nixon, fijó en el imaginario popular a un político nuevo, fresco, brillante y al que se le adivinaban ideas y capacidad de acción para sacudir el aparente conformismo acomodaticio de la clase política francesa. Frente a él, Mitterrand parecía encarnar las inquietudes de la IV República, el período más inestable de la Francia de posguerra, al que puso fin una Constitución en 1958 hecha a la medida de un líder como Charles de Gaulle, llamado desde su retiro para poner fin al caos. 

La izquierda no le perdonó aquella victoria por la mínima, apenas el 51% frente al 49%, cuando todos los sondeos apuntaban entonces a que el sillón presidencial debía ser ocupado por el hombre que fue capaz de llevar al mismísimo De Gaulle a una segunda vuelta. Este no sería sin embargo desbancado en unas elecciones, ni siquiera por la incruenta revolución de mayo del 68, sino por un referéndum sobre la organización administrativa y territorial francesa, en cuya campaña un hasta entonces desconocido Giscard sería quién le propinara las críticas y ataques más acerados. 

Mitterrand, representando a toda la izquierda, agrupada entonces en un bloque de socialistas, comunistas y radicales de izquierda, se tomaría la revancha en 1981, asestando a Giscard una severa dosis de su propia medicina televisiva, al que logró arrinconar desde los primeros momentos de aquel debate como encarnación de una derecha caduca. 

La tutela que se sacudió el rey Juan Carlos

Sobre la hoja de servicios de Giscard, además de las reformas sociales cabe añadir que fue el último presidente en presentar unas cuentas equilibradas, que Francia no ha vuelto a lograr jamás. Pero, frente al electorado, pesaron más los presuntos sobornos con diamantes del presidente-emperador de la República Centroafricana, Jean-Bedel Bokassa, o el intervencionismo sobre el Zaire del coronel Mobutu, sin olvidar pequeños escándalos sexuales, amplificados convenientemente por los entonces en alza programas de entretenimiento. 

Con España quiso erigirse en el tutor del rey Juan Carlos I, tutela que el monarca español no aceptó nunca, provocando incluso un altisonante intercambio de invectivas entre ambos al final de aquel viaje de Estado, concluido en el Hostal de los Reyes Católicos en Santiago de Compostela. Ese desafío Giscard no lo perdonó nunca, de forma que se negó a entender el proceso de la transición española, sacudida ya en sus comienzos por el terrorismo de ETA, cuyos pistoleros encontraban refugio, reposo y nuevo impulso en lo que dio en denominarse el “santuario francés”. Además, cada acción cooperativa francesa, tras mucho remoloneo habría que pagarla con creces a través de contratos industriales o  para la defensa.

Su abandono de la Presidencia de Francia no le impelió al retiro, sino que siguió en la política en puestos de mucha menor importancia, desde la alcaldía del pequeño pueblo de Chamaliers a la de presidente de la región de Auvernia, pasando por el Parlamento Europeo. Su último proyecto pudo haber sido su gran oportunidad de pasar a la historia, pero lo frustraron tanto sus propios compatriotas franceses como los holandeses, al votar no al referéndum del proyecto de Constitución europea, cuyo equipo redactor había presidido el propio Giscard. Casualidades de la vida, el referéndum se celebraría siendo presidente de Francia Jacques Chirac, que fuera primer ministro con Giscard, que pronto adivinaría la capacidad de traición de aquel al que había convertido en su presunto mejor apoyo político. 

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