De cómo Trump sigue una página nazi de manual

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Publicado originalmente en Periodistas-es.com

«En 1933, cuando los nazis incendiaron el Reichstag alemán, culparon a los comunistas. Eso dio paso al decreto que concedió a Hitler poderes dictatoriales y despejó el camino al nacimiento del Tercer Reich», nos ha recordado un amigo estadounidense, profesor de historia en un centro de enseñanza de Illinois.

Para añadir a continuación que cuando la máquina de propaganda trumpista culpa al movimiento Antifa (extrema izquierda) para desviar su propia responsabilidad, «está sacándolo de la página de un manual nazi».

En la práctica, ya sabemos lo que dicen las siguientes páginas de ese manual. Tras el incendio del Reichstag, Adolf Hitler ordenó la persecución no sólo de los judíos en su conjunto, sino de todos sus oponentes políticos. El término «traidor» empezó a tener un amplio uso entre los nazis, incluso dentro de sus propias filas. También fue un pseudoargumento usado contra demócratas conservadores.

Sabemos que por el incendio del Reichstag fue condenado Marinus van der Lubbe, obrero holandés, entonces cercano a las ideas de Anton Pannekoek y de los comunistas asamblearios. Encarcelado, Van der Lubbe se autoculpó y dijo haber actuado solo, pero los nazis aprovecharon la ocasión para acusar de paso al Partido Comunista Alemán (KPD, Kommunistische Partei Deutschland) de estar detrás de Van der Lubbe. Se lanzaron a la caza del KPD, de toda la izquierda y de los demócratas alemanes en general.

Además del holandés, en el consiguiente juicio por el incendio del Reichstag, fueron juzgados tres búlgaros que estaban en Alemania. Entre ellos estaba uno destacado, Giorgi Dimitrov, quien fuera después Secretario General de la Internacional comunista y primer ministro de su país. Dimitrov, abogado, se defendió a sí mismo.

Junto a él, en el banquillo de los acusados, estuvieron los también militantes comunistas búlgaros, Vasil Tanev y Blagoi Popov, que más tarde sufrirían las purgas estalinistas. Los tres ciudadanos búlgaros fueron absueltos y únicamente Marinus van der Lubbe fue condenado y ejecutado. En aquella época, Dimitrov y asimismo el KPD consideraron que el único condenado en firme por el incendio del Reichstag era ciertamente culpable, además de un desequilibrado que –según el KPD- había sido manipulado por los nazis.

El paralelismo establecido por nuestro amigo estadounidense se ciñe al hecho de que Trump y muchos de quienes lo siguen, culpan ahora a Antifa, grupo de extrema izquierda, anarquizante, que sería asimilable en términos trumpistas al viejo KPD del pasado.

Lo curioso es que los Antifa, también criticados por Noam Chomsky y por la izquierda de Estados Unidos, orbitan en una cierta galaxia política e ideológica parecida al grupo Oposición Obrera de Izquierda, en el que militó Van der Lubbe tras distanciarse del leninismo.

Con todo, y para centrarnos en la actualidad, hay una diferencia fundamental: en esta ocasión el planeta entero ha visto a Donald Trump en persona arengando a sus partidarios antes de lanzarlos contra el Capitolio en el momento en el que iban a ratificar la victoria de Joe Biden. Esta vez no se percibe alrededor a ningún frágil individuo, como Marinus van der Lubbe, a quien acusar.

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Uno de los mayores historiadores del régimen nazi, William L. Shirer, cita el testimonio de un general alemán que atestiguó haber oído a Hermann Göring decir lo siguiente : «El único que sabe de verdad algo sobre el incendio del Reichstag soy yo, porque yo mismo prendí el fuego». Göring habría dicho eso durante una fiesta de cumpleaños de Hitler ya en plena Guerra Mundial.

La manipulación de masas, la distorsión y las falsas verdades fueron la especialidad sobre la que creció el nazismo. El mismo Göring lo justificó cínicamente: «Los líderes siempre pueden llevar a la gente a cualquier subasta, eso es fácil. Únicamente hay que decir que estamos siendo atacados y denunciar a los pacifistas por su falta de patriotismo, repitiendo que el país está en peligro. Funciona del mismo modo en cualquier país».

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Es decir, basta acusar a los antagonistas políticos de traidores. Esta semana, algunos republicanos, con frecuencia muy de derechas, sufren esa acusación, mientras son amenazados por grupos y personajes trumpistas. Extraigo estos días con sorpresa reflexiones de conservadores estadounidenses que retroceden horrorizados al comprobar en carne propia los efectos de los discursos del incendio del Capitolio. Todos resultan ser traidores al trumpismo. En un artículo anterior, citaba al senador extrumpista Leisy Graham («que no cuenten más conmigo»), insultado y acosado en un aeropuerto.

Leo hoy el testimonio de otro miembro del Congreso (diputado), Peter J. Meijer, joven representante republicano por Michigan en la House of Representatives (cámara baja del Congreso). Tiene interés. Meijer escribe en The Detroit News que no se sintió en peligro al principio del asalto, cuando la seguridad del edificio empezó a agrupar a los parlamentarios para protegerlos. Optimista, pensaba que los manifestantes serían rechazados con gases lacrimógenos y recordaba que no era la primera manifestación a las puertas del Congreso.

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Cambió su idea rápidamente: «La turba se lanzó entonces hacia las puertas de la cámara convertidas en una barricada, mientras intentaban romperlas. La ilusión de seguridad, de santidad de nuestro orden constitucional, se derrumbó. Con sus pistolas en la mano, en medio del caos, la policía nos ordenó la evacuación por pasillos que conducían hacia los túneles de las zonas bajas del Capitolio. En varios momentos estuvimos solos, sin escolta alguna, con temor a las amenazas que podían esperarnos en cualquier rincón». Meijer confirma que algunos de quienes entraron en la sede parlamentaria tenían bombas de fabricación casera, además de armas, y dice que le consta que llevaban grilletes y esposas para capturar rehenes. En el exterior, habían dispuesto una horca.

A continuación, destaca las amenazas que están recibiendo personajes públicos de la derecha estadounidense por no atenerse estrictamente a la línea pro-Trump. En primer lugar de esa lista, está el vicepresidente Mike Pence. «Fue Trump quien incitó a ese violento delirio», escribe Meijer. Él estuvo en Irak como miembro de las fuerzas armadas de su país. Joven, parece el modelo de los conservadores. Meijer en persona sigue siendo una imagen fiel de otros muchos ciudadanos de Estados Unidos que votaron a Trump. Las cosas han cambiado para él desde el miércoles pasado. «Me han llamado traidor ya más veces de las que puedo recordar. Y siento no haber llevado mi fusil conmigo a Washington», afirma. Pese a todo ello, este representante de Michigan votó a favor de mantener el voto colectivo favorable a Joe Biden y en su artículo recrimina a un colega republicano que –a su lado- votara lo contrario únicamente por temor a las amenazas de las turbas trumpistas contra los traidores.

 

 

Meijer está pidiendo a sus compañeros que abandonen su mansedumbre ante Trump, al mismo tiempo que los recuerda los muertos en el asalto al Congreso: «Otros republicanos se han sometido a Trump al repetir mentiras sin fundamento sobre una elección [falsamente] robada, culpando además del asalto al Capitolio a Antifa, evitando así asumir su propia responsabilidad por las consecuencias de sus actos», concluye Meijer, quien añade que el Partido Republicano debe ser «honesto» y rechazar el «ataque abyecto» al Capitolio.

En Estados Unidos, las falsedades del período Trump han ido tan lejos que resulta destacable que conservadores como Meijer -situado en las antipodas de la izquierda, incluso de Kamala Harris o de Joe Biden– se oponga de repente a convertir a otros en chivo expiatorio. Aunque ese chivo expiatorio sea Antifa. Tiene valor democrático porque lo hace enfrentándose a graves amenazas y para respetar normas de la democracia institucional de su país.

Entretanto, millones de trumpistas -y no sólo Trump- siguen acusando a Antifa de sus propios actos incendiarios. Practican así el cinismo de Göring sobre la manipulación de masas aplicando, al mismo tiempo, tácticas que ya estaban los viejos manuales  del nazismo.

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