La nueva 'normalidad': ¿crecimiento con millones de parados?

Artículo publicado originalmente en Huffingtonpost

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Dicen los economistas que salir de la recesión significa romper la caída del PIB consecutiva durante al menos dos trimestres, y a eso andan agarrados como lapas algunos responsables políticos.

Arguyen, además, que el 0,1 % de crecimiento registrado en los últimos tres meses medidos viene acompañado de noticias positivas en las exportaciones o el crecimiento del número de turistas. Aunque olvidan, eso sí, que otros parámetros esenciales como la demanda interna siguen de capa caída o que continúa habiendo (más allá de las fluctuaciones de la última EPA) casi 6 millones de parados.

Pero la desmemoria selectiva referida a esas magnitudes no es la más grave. La más fastidiada se refiere a que muchos tienen en mente (porque todavía no lo verbalizan, ya tendrán tiempo para hacerlo) una salida de la recesión, primero, y de la crisis, después que nos lleve a otra normalidad (con cursiva) económica y social distinta a la que conocíamos.

Esa nueva normalidad sería la de un país en crecimiento que mantuviera una enorme cifra de paro de forma permanente. Es más, el crecimiento sería posible gracias a una cantidad de desempleados que se contaría por millones.

Gracias a ese paro, se conseguiría de la manera más simple y brutal alcanzar una competitividad en los costes de producción (con salarios y condiciones salariales a la baja) que nos permitiría exportar más sin necesidad de recuperar la demanda interna.

Por supuesto, los desempleados (cuyas prestaciones irían disminuyendo con el paso del tiempo) no serían siempre los mismos porque las modalidades de contratación y la facilidad para el despido terminarían provocando que un porcentaje cada vez mayor de trabajadores pasaran por las oficinas del paro periódicamente a la largo de su vida, como en una noria sin fin.

Un cada vez más lejano horizonte de jubilación (ahora hay quien ya habla de los 70 años) y un estado del bienestar cada vez más débil y progresivamente privatizado completarían la citada nueva normalidad a la que se verían condenados los países del sur de de la UE como España, pero que -nadie lo dude- terminaría extendiéndose como una mancha de aceite a otros estados ricos.

La pregunta se hace evidente: ¿es compatible esa nueva normalidad con el modelo social europeo que ha formado parte del pacto básico alcanzado en nuestros países en las últimas décadas? A mí no me caben dudas: NO.

Se me ocurre un segundo interrogante: ¿hasta qué punto la política de austeridad a palo seco impuesta por la derecha alemana al resto de la UE pervivirá en el Gobierno de gran coalición que empieza a negociarse en Berlín?

Mucho de lo que nos pase en el futuro está en manos del SPD alemán y de su capacidad para hacer entender a sus próximos futuros socios que el negocio más rentable no siempre es el que rinde beneficios a corto plazo, sino el que los asegura para siempre. La UE es de los segundos. La austeridad como un fin en sí mismo, de los primeros.

Porque ¿quién les asegura que la sociedad aceptará la nueva normalidad de algunos sin más?

El fantasma del Frente Nacional sobrevuela Francia

Artículo publicado originalmente en EuroXpress

Matrimonio Gayedited

 

Miércoles 2 de octubre. Troto junto al canal de Ourcq (noreste de París). Son las 12 en punto de la mañana y suenan las sirenas de alarma aérea. Desde la II Guerra Mundial, es habitual en Francia. Los primeros miércoles de mes suenan durante un minuto; se callan, y vuelven a sonar durante otro minuto. Deberían recordar a la gente el origen de la mayor tragedia histórica de los últimos siglos y cómo surgió el fascismo. Pero la mayoría no lo percibe siquiera como ruido callejero.

Una serie de la cadena pública France3 recrea la vida de los franceses bajo la ocupación nazi («Un village français»). Se basa en la idea de que «el 95% de los franceses no fue ni colaboracionista, ni resistente», según Emmanuel Daucé, productor. Se me ocurre que las personas que me rodean tampoco oyen, quizá no quieren escuchar las sirenas. Siguen adelante con sus rutinas particulares. A mí, sin embargo, se me ocurre que la alarma se puede relacionar también con el 70 aniversario de la liberación de Córcega, primer territorio francés liberado del yugo nazi. Fue en estas mismas fechas, hace 70 años, cuando el fascismo empezó –de verdad- a retroceder en toda Europa. Quizá la alarma suena también para recordarnos que lo que fue vencido, puede que no lo fuera para siempre. Y en la Francia actual, no faltan algunos síntomas inquietantes. Haré un cierto repaso para despistados.

Amenazas y emociones en las redes sociales

Julie del Papa, militante de izquierdas de Marsella, ha recibido cientos (sí, cientos o miles) de amenazas de violación y de muerte, con referencias a Auschwitz, por citar en su blog una manifestación anti FN. La lectura de esos tuits, racistas y virulentamente machistas, es escalofriante, por su violencia verbal extrema. Samuel Thomas, activista social y experto en el uso delincuencial de ese tipo de redes, ha detectado su origen: «Provienen de ciberactivistas antisemitas y neonazis que están activos en sitios conocidos que publican en francés».

En diversos lugares del país, varios atracos han terminado en disparos, a veces de auto-defensa, según la calificación legal. En Marsella, las muertes violentas por -o entre- delincuentes contribuyen a fomentar la inquietud. En esas aguas nada bien el FN. Su candidato allí para las próximas municipales, Stéphane Ravier, es hijo y nieto de comunistas (Journal du Dimanche, 8 de septiembre). Los atracos despiertan el debate sobre la seguridad, tema que ya aupó los porcentajes de Jean-Marie Le Pen en el pasado.

Entre los casos más mediáticos, el de un joyero de Niza, 67 años, que mató de un disparo por la espalda a uno de los dos jóvenes atracadores que huían después de robar apuntándole a la cabeza con un arma. El suceso tendría varios ángulos posibles, pero surgió uno nuevo, inesperado: en Facebook, más de millón y medio de ciudadanos declaró -a toda velocidad- su solidaridad con el autor de los disparos. Inquietante.

Tertulia invitacion la hora europea

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Alemania, siglo XXI. La banalidad del bien.

 

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Viajo por una región o autonomía española, con pueblos cada varias decenas de kilómetros. Tiene la deuda per cápita más alta del  país, el paro más alto. El paisaje es la dehesa, ocre, aplastada por un sol inmisericorde. Los calores del verano han arrasado los abundantes pastos favorecidos por una primavera muy lluviosa. Ahora, las vacas buscan inútilmente los últimos restos.

Escucho en la radio del coche que hay elecciones en Alemania. Ah, ¡que interesante!, me digo. Parecen elecciones locales. Nuestra suerte depende de los que decidan ellos. Si dejan de ser arrogantes (quadratisch) y se convierten en solidarios, que lo son, habitualmente, pero con el tercer mundo.

En esta región, en las últimas décadas, muchas casas han sido reconstruidas a su regreso por los emigrantes que se fueron a Europa, muchos a Alemania. Los retornados quieren mostrar a sus vecinos su nuevo estatus. Las fachadas de falso Siena o verde-que-te-quiero-verde, los ladrillos con acabado piel-de-tigre, los absurdos tejados de pizarra modelo Alta Lorena y los halcones de escayola vigilando las puertas, han roto el viejo perfil armónico de casas encaladas.

En lo alto de uno de estos pueblos está la Basílica, la capital espiritual de la región. Entro en el templo. Suena el órgano, uno de los más importantes de Europa. Un concierto, me digo. No, dos técnicos hablan en alemán. Están afinando la maravilla, los graves, los agudos. Les pregunto cada cuanto afinan el órgano. Cada dos años, me responde el más joven, vengo desde Alemania para darle un repaso.

El viejo instrumento fue restaurado en varias etapas a finales del siglo pasado por una empresa alemana, una de las mejores, si no la mejor del mundo. La afamada casa Walcker, una referencia. En este caso, como en muchos otros, hay que acudir al gran vecino del norte.

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