Una firma para la historia

Un 12 de junio hace ahora 25 años, España firmaba el Tratado de Adhesión a las Comunidades Europeas. Aquel documento llevaba la rúbrica de cuatro personas: Felipe González, por entonces Presidente del Gobierno; Fernando Morán, Ministro de Asuntos Exteriores; Manuel Marín, Secretario de Estado para las Relaciones con la Comunidad Europea y Gabriel Ferrán, embajador de España ante la CEE y negociador con las instituciones europeas desde principios de los años 70. Informe semanal repasa lo que supuso para España la entrada en el club europeo y hace balance con los protagonistas de ese día. (12/06/2010)

Del marco al euro: una historia personal

537251 1Hay muchos puntos donde situar el foco para iluminar treinta años de pertenencia –mejor decir incorporación- de España a Europa. De entre todos ellos, inevitablemente, hay uno que parte de la experiencia personal, que es único, y que en mi caso empieza veinte años antes de la firma de adhesión.

Son los años 60 del siglo pasado, cientos de miles de españoles dejan su país para trabajar en Alemania, Francia, Bélgica y Suiza, principalmente. Mis tres hermanos mayores -por aquello de la agrupación familiar, debió de ser- eligieron Nuremberg, Alemania. Fábrica por la mañana y sobresueldo mediante pluriempleo por la tarde en algún supermercado. Me enteraba de la llegada de los giros mensuales a la oficina de correos de Ávila por comentarios de mi madre; el más repetido: “ha subido el marco”, que yo no entendía; ella sí, por la conversión a pesetas; era la marca de los tiempos.

Una década después, en los 70, España emprende su futuro europeo con la aspiración de formar parte de la Comunidad Económica Europea, pero para ello había que tener un país democrático. Nos pusimos a ello; los estudiantes, en lo que nos correspondía, aportamos un grano de arena, y se consiguió, aunque visto desde aquél tiempo nos incomodara la contrapartida de ingresar en la OTAN.

Muchos años después, en 2002, Radio Nacional decide enviarme como corresponsal a Bruselas para informar de la Unión Europea y, de paso, de la OTAN. A los pocos meses de llegar a Bruselas, después de aprobar en Copenhage las condiciones de la ampliación a los países del Este, la guerra de Iraq divide a los socios de ambas alianzas. Se habla de vieja y nueva Europa, pero la quiebra no es óbice para que los fondos estructurales y de cohesión sigan llegando a España, alimentando nuestro PIB, primero en marcos y luego en euros. Obviamente no se me escapan los esfuerzos, los demantelamientos industriales, las cuotas lecheras, las ayudas a la hectárea y no a la producción, o la proliferación del cultivo del lino, que de todo hubo. Claro, ¡nadie es perfecto!

¡No nos dejan entrar!

firma2¡No nos dejan entrar en el Mercado Común! Las informaciones de los medios oficiales y los comentarios de los políticos del franquismo expresaban en tonos teatrales su indignación ante tanta ingratitud procedente de Europa.

Allá por el invierno de 1962, en plena dictadura, el gobierno de Franco había solicitado formalmente la apertura de conversaciones con vistas al ingreso de España en las Comunidades Europeas. La respuesta fue clara y rotunda, como no podía ser de otro modo: ningún país que no fuera un Estado de Derecho, con libertades políticas e instituciones democráticas, podía aspirar a integrarse en lo que entonces se llamaba genéricamente el Mercado Común. Era una de las claves esenciales del proyecto europeo, que por entonces contaba con los seis miembros originales, es decir, Francia, Alemania, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo.

La creación de la Comunidad Económica Europea por el tratado de Roma, en 1957, había dado pie al nacimiento, efectivamente, de lo que estaba destinado a ser un mercado interno, con aranceles comunes para productos del exterior y libre circulación de mercancías, servicios, capitales…y personas, naturalmente. Y todo ello, contando con una política agrícola, también común, que, impulsada por Sicco Mansholt, un agricultor ilustrado y un político visionario, había de convertir a la Europa comunitaria en una potencia autosuficiente en materia alimentaria, gracias a un impulso modernizador que cambiaría los estándares de vida en el mundo rural y haría olvidar las imágenes terribles de las hambrunas de la posguerra.

30 años de España en la UE. Dónde se cuentan las lisonjas y desventuras de un país…

30aniver450El 12 de junio de 1985 España firmaba su adhesión a la Comunidad Económica Europea. Era el final de una larga travesía de nuestro pueblo y de los europeístas españoles. Un sueño, por fin hecho realidad. Un sueño que los europeístas habían mantenido vivo desde el mismo momento de la declaración Schuman en 1950. Un sueño cuyas coordenadas marcó el llamado Contubernio de Munich (1962), dónde la oposición interior y exterior al franquismo, y algunas de las fuerzas que apoyaron al dictador en un primer momento y que luego comenzaron a marcar distancias, aunaron criterios y compartieron objetivos.

En Munich se dijo que España no debería entrar en las Comunidades Europeas en tanto no recuperara las libertades y tuviera un sistema democrático perfectamente homologable con nuestros vecinos europeos. Unas líneas rojas que disgustaron especialmente al dictador en momentos en que la política exterior española tenía como objetivo prioritario la salida del aislamiento.

A pesar de todo, Franco consiguió firmar con la CEE un tratado preferencial, pero no fue hasta 1977, celebradas las primeras elecciones democráticas, cuando el primer ministro de Exteriores de la recién recuperada democracia, Marcelino Oreja, viajó a Estrasburgo a solicitar la incorporación de España en el Consejo de Europa, puerta previa a la apertura de negociaciones con las Comunidades Europeas.

Treinta años después, es una buena ocasión para hacer balance de lo que hemos conseguido juntos. Y sería de ingenuos describir un camino de rosas y una llegada al paraíso. Nada es fácil, pero no creo que nadie en España pueda poner en cuestión que fue Europa la que volvió a colocar en el mapa a nuestro país y que haya sido su solidaridad la que ha posibilitado que saliéramos del ostracismo.

Pero en toda historia hay siempre claroscuros. Basta hurgar en la memoria para recordar durísimas reconversiones en los sectores de la minería y de la industria, el desconcierto de los agricultores en una transformación que les llevó a mirar más al formulario de la subvención que al cielo para ver la probabilidad de lluvia. Y la pesca, la reducción de caladeros y licencias… Y los ganaderos que ahora tendrían que acostumbrarse a una palabra extraña, excedente, que les cambiaba su escala de valores: más litros de leche no eran indicativos de más ganancias. Un mundo que se nos venía encima entre la incertidumbre y la esperanza.

Pero aprendimos a compartir, a dialogar, a negociar… Y acabamos acostumbrándonos a ver esa bandera azul con 12 estrellas en ese puente que tantos necesitábamos, y en la biblioteca, y en el instituto, y en esa carretera cuyos baches habías maldecido cientos de veces, y en esa línea de ferrocarril que ahora sí nos permitía llegar a tiempo al trabajo…

Queremos analizar estos treinta años, pero queremos poner en valor esos enormes cambios que la ayuda europea posibilitó para que las nuevas generaciones –a las que tal vez les haya tocado vivir los momentos más duros de la crisis- puedan reconciliarse con Europa, si es que han perdido su sintonía.

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