Elecciones al Parlamento Europeo (I): Razones de una abstención presumiblemente record

Trescientos setenta y cinco millones de electores europeos están llamados a las urnas del 4 al 7 del próximo mes de junio para elegir a los 736 diputados que representarán a los ciudadanos de los 27 estados miembros de la Unión. Hemos dicho bien: están llamados, porque la cifra de los que acudan a votar será sensiblemente inferior. Digamos que el 30º aniversario del primer parlamento europeo elegido por sufragio universal no va a recibir el homenaje de las urnas. Será difícil alcanzar el 61,99% de 1979. Sinceramente será imposible.

En la anterior convocatoria, en 2004, sólo el 45,47% de los posibles votantes se acercó a las urnas. Un 56 por ciento de abstención en Europa y una cifra similar también en España, a pesar de que la cita fuera tan sólo unos meses después de las elecciones generales. Esta vez las previsiones son bastante más pesimistas.

Y, como europeístas, eso sólo puede provocarnos desolación. Por más que puedan entenderse o explicarse las razones. Aquí van algunas:

  1. Los diputados enviados por las formaciones políticas en listas cerradas a Estrasburgo tampoco son un ejemplo de dedicación y entrega. Hemos visto cómo los partidos conforman sus listas para el Parlamento Europeo repartiendo los puestos de salida entre aquellos a los que hay que colocar porque, contra pronóstico, perdieron su escaño en Madrid o la cartera de ministro tras una derrota electoral; y aquellos otros a los que las cúpulas dirigentes quieren tener lo más lejos posible. Hay otros que esperan tiempos mejores en un escaño dónde es difícil salir contaminado y, por supuesto, otros que sí llevan años echando horas y kilómetros por la construcción europea. Tal es el caso –y sólo citaré algunos buenos ejemplos, para que nadie se moleste- de Carlos Carnero (PSOE), Íñigo Méndez de Vigo (PP), Ignasi Guardans (CiU) o Salvador Jové (ex de IU).
  2. Tampoco los dirigentes políticos nacionales ayudan en la tarea. Todos los problemas que puedan acontecer en su ámbito de decisión tiene sello europeo en su interesada interpretación. Pero darán codazos a diestro y siniestro y se olvidarán de Europa para aparecer solos en la foto de inauguración del último proyecto llevado a cabo con fondos europeos.
  3. Y llegará la campaña y los partidos la prepararán en clave nacional (eso no es un mal exclusivo de España) con lo que el mensaje que llegará a los electores aumentará la confusión y el desinterés por el proyecto europeo.
  4. Y, por el contrario, utilizarán las instituciones europeas como caja de resonancia del disenso político nacional, sin respeto alguno a los ámbitos de decisión y trasladando a veces una imagen poco edificante a nuestros colegas europeos.
  5. Los obstáculos encontrados en el proceso de construcción europea (fracaso del proyecto constitucional, congelación del Tratado de Lisboa por el No irlandés) son un duro golpe para las ansias europeístas de algunos sectores de la población.
  6. Una cierta renacionalización en los argumentos y en el discurso político, auspiciada por el euroescepticismo de algunos de los nuevos y viejos socios comunitarios, y especialmente agravada por la crisis económica y financiera.
  7. Un proceso de ampliación llevado a cabo a velocidad de vértigo en los últimos años, lo que ha difuminado la cohesión política entre los socios comunitarios y debilitado el camino hacia la unión política.
  8. La escasa atención que los medios de comunicación, en general, dedican a los debates o las decisiones que se toman en Estrasburgo. Y no precisamente porque no nos afecten.
  9. También es cierto que el complejo sistema de toma de decisiones en las instituciones europeas no facilita las cosas.
  10. Una parte significativa de las noticias que suelen reflejar los medios sobre las instituciones comunitarias son contextualmente negativas y tienen que ver con exceso de gastos, corrupción, ineficacia…
  11. En los últimos meses han llegado, además, noticias poco alentadoras sobre la sensibilidad social de Bruselas. La directiva de tiempo de trabajo (65 horas), la directiva de retorno (inmigrantes) o la reciente desconvocatoria de una cumbre de jefes de estado y de gobierno sobre el desempleo, por citar sólo algunos ejemplos, no trasladan a la ciudadanía precisamente mensajes alentadores.
  12. Y, finalmente, pero no es lo menos importante, la desafección paulatina de los ciudadanos hacia una forma de hacer y entender la política por unos partidos que sólo persiguen blindar y perpetuar a sus cúpulas dirigentes, reducir el debate político y relegar a los ciudadanos a un papel vicario, a los que cada cuatro o cinco años se les pide un voto de confianza a una lista cerrada y a un programa elaborado sin su participación.
(Continuará)