Aquí no dimite nadie

Debate sobre la corrupción en la Unión Europea en la tertulia de Europa en suma.

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¿Y en el norte de Europa? ¿En ese norte frío, calvinista, rico e industrial?

Sí, parece que sí. Allí se dimite, y mucho.

Lo recuerda uno de los ponentes en la tertulia, Jesús Lizcano, presidente de  Transparency International España. Por ejemplo, comenta, una ministra finlandesa renunció a su cargo porque se descubrió que había utilizado su tarjeta de crédito oficial para comprar unas chocolatinas…

Hablamos de corrupción, indica Lizcano, cuando un cargo público se aprovecha del mismo con fines privados.

Y el mundo es muy corrupto, añade. De 176 países analizados, el 70%, suspende. Los menos corruptos, una vez más, son los del norte de Europa, que encabezan siempre las listas de calidad de vida.

España no queda muy bien en este índice y vamos retrocediendo, señala Lizcano. Hoy estamos en el puesto 31, al nivel de Botsuana. Aunque hay que decir que quizá ese país, antigua colonia británica, heredero de sus instituciones y que dedica el 10% de su PIB a educación, se escandalice por estar a nuestra altura, a pesar de su mala fama por ser escenario de reales cazas de elefantes reales.

Las instituciones públicas, y hay algo más de veinte mil en España, tienen que ser transparentes, afirma. Es por lo que lucha su organización; el ciudadano debe poder conocer su funcionamiento, sus gastos. España es de los pocos países de la UE que no tienen una ley sobre la transparencia pública, aunque se está tramitando una al respecto. Por lo que parece, por lo que sabemos, asegura Lizcano, esta ley dista de ser perfecta o correcta, pero, al menos, tendremos algo.

Las instituciones tienen que publicar sus datos, insiste. Hoy apenas los conocemos. Cada organismo conoce los suyos pero no son del dominio público y están tan anticuados que muchos están escritos ¡a máquina!

El ciudadano, comenta, debe poder conocer como funcionan los organismos o instituciones, como y a quien se adjudican los contratos.

Yo tengo un ejemplo personal de la corrupción y de la actitud moral de este país, dice el otro ponente de la tertulia, José Antonio Martín Pallìn, magistrado emérito del Tribunal Supremo. Un señor que va en autobús por Madrid y le grita por el teléfono móvil a su asesor fiscal todos los chanchullos que debe hacer. Todo el mundo se entera. Aquí no nos avergonzamos de la corrupción. Parece algo consustancial con nuestra naturaleza.

Ese señor no debía ser consciente de que estaba haciendo algo malo, indica Martín Pallín. El sistema español es tributario de una cultura: defraudar a Hacienda no es pecado. Aquí no decimos que hemos cometido un fraude, sino que hemos “optimizado” los datos. Tenemos un déficit ético y educacional enorme.

En el debate surge la gran pregunta: ¿está moralmente capacitado este Parlamento, acosado hoy por numerosos sectores de la sociedad, para hacer una ley de transparencia, según la cual los propios partidos deben ser transparentes ante la ciudadanía?
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Estamos muy decepcionados con el actual sistema judicial, totalmente contaminado por los partidos políticos, afirma Lizcano; unos partidos que hoy dominan todos los apartados de la vida nacional, incluyendo el funcionamiento de la justicia, que debería ser independiente.

Para Jesús Lizcano, una manera de corregir la actitud ante la corrupción es la educación. Pero eso, reconoce, solo se consigue a lago plazo. A corto, lo urgente es que se cumplan las leyes.

Paco Audije, especialista en el mundo francófono, estima que los casos de corrupción en Francia o Bélgica no se mantienen tanto tiempo en los titulares como en España y que si aquí sucede eso, es por la disputa mediática española, sobre todo por el vocerío de las tertulias, que amplía el eco de los escándalos en nuestro país.

Ya, pero aquí, afirma uno de los participantes en el debate, hablamos todo el día de la corrupción porque estamos en crisis, porque estalló la burbuja inmobiliaria y tenemos problemas económicos muy serios. Si la situación fuera la de hace seis o siete años, en pleno crecimiento, nadie hablaría de esto y estaríamos todos contentos o con los oídos tapados.

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En el centro-norte de Europa los políticos dimiten de manera regular. Nadie es perfecto, ningún país es modélico, pero en el norte frío y calvinista, la norma es que el que la hace, la paga, se apunta en la tertulia. En esa Alemania “dominante”, tan odiada en los últimos años, dimite el presidente de la República Christian Wullf por haber conseguido créditos privados en condiciones ventajosas o vacaciones familiares pagadas por empresarios. O el ministro de Defensa, Karl-Theodor zu Guttenberg, la estrella en alza de la democracia cristiana, porque copió en su in illo tempore su tesis doctoral.

Aquí tenemos todos los días fotos con narcos, viajes con maletines a Andorra, con maletones a Suiza, yernos presuntamente espabilados, prejubilaciones bien dotadas para amigotes, aeropuertos sobrevolados solo por pájaros, autopistas que no conducen a parte alguna, sobres, sobres y más sobres...

Pero aquí no dimite nadie, termina diciendo Martín Pallín. Me temo, asegura, que cuando Aznar case a sus nietos o a sus nietas, el tal Correa seguirá iluminando las bodas de manera gratuita.

A menos que cambien mucho las cosas, y nos asemejemos algo a ese norte frío y calvinista.

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