La abstención da alas a los enemigos de Europa

Publicado originalmente en ZoomNews

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Cada vez son más ciudadanos los que no esperan nada de la polític.

 

 

La nostalgia del autoritarismo que resuelva los problemas básicos es la antesala de las dictaduras populistas.

 

Un 36,3% de abstención y un 3,5% de votos blancos o nulos suponen un 40% de electores franceses que muestran así ostensiblemente su desafección, cuando no su rechazo, de la política. Es una de las conclusiones más dramáticas de las últimas elecciones municipales en Francia, más allá del descalabro del Partido Socialista y del auge del Frente Nacional, aupado hasta el tercer puesto del espectro político.

El fenómeno no se había producido nunca. Los galos están muy apegados a su comunidad más próxima, su ayuntamiento, del que reciben buena parte de los servicios, y al que aportan una parte importante de sus impuestos. Sus pulsiones abstencionistas se habían materializado hasta ahora en las sucesivas elecciones europeas, contempladas, al menos hasta ahora, como un trámite lejano, en el que unos políticos antaño famosos, y luego amortizados, se disputaban una especie de canonjía de nulo futuro político doméstico a cambio de una pingüe remuneración quasi vitalicia. Que esa tendencia al alejamiento se haya materializado ahora en unos comicios tan cercanos debería poner muy en guardia a una casta a la que el electorado percibe cada día más ajena a sus propios intereses.

No ha sido una alarma exclusivamente francesa. La abstención empieza a extenderse por toda Europa, con el riesgo de que en las elecciones europeas del próximo mes de mayo se convierta en el partido ganador, por encima de la confrontación entre populares conservadores y socialdemócratas progresistas, y de la temida escalada de los partidos o formaciones euroescépticas y populistas. Los sondeos no auguran de momento más allá de un 60% de ciudadanos dispuestos a acercarse a las urnas, con una horquilla nada desdeñable -entre un 12% y un 18% más- de electores proclives a pensarse dos veces tomarse la molestia de depositar su papeleta de voto.

Tanto Eurostat como numerosos institutos nacionales de sondeos delatan que la ciudadanía no tiene empacho en exhibir su hartazgo respecto de una clase política a la que cada día asimilan más a una "casta extractiva", preocupada primordial, cuando no exclusivamente, de sus propios intereses. Los efectos de la crisis, a este respecto, están siendo demoledores. El Estado del bienestar había acostumbrado a los europeos a disponer de una red de seguridad que les permitía afrontar sin grandes sobresaltos sus esporádicas dificultades personales.

Sin embargo, el brutal frenazo del crecimiento económico, la desaparición de la noche a la mañana de las líneas habituales de crédito, la pérdida súbita del puesto de trabajo y la percepción de que el Estado es incapaz de tornar la situación, ha provocado un creciente sentimiento de desamparo, incluida la desesperanza de que la dramática situación personal pueda resolverse en un plazo más o menos razonable.

Ese alejamiento de la política, como actividad a través de la cual puede debatirse y dirimirse un determinado modelo alternativo de sociedad, es el que engrosa las filas de los abstencionistas, es decir, de los que cada día esperan menos de la clase política para resolverle sus problemas. Se entra así en una peligrosa espiral, ya que quienes nada esperan del juego democrático tradicional pueden ser presa relativamente fácil de los populismos de toda laya.

La tendencia marcada por las municipales francesas se une en realidad a la que ya se ha ido advirtiendo en los últimos comicios nacionales, regionales o autonómicos celebrados en el sur de Europa, la zona más sacudida por la crisis. La alarma es tan estridente que debiera servir para que los líderes de los partidos tradicionales instaran a que la ciudadanía acudiera a las urnas, independientemente de su opción política, pero sobre todo a que hicieran su propio examen de conciencia y renovaran su manera de hacer política. La corrupción, los privilegios, las promesas incumplidas, las proclamas mitineras tan estridentes como vacías, ya no cuelan, al menos entre los que empiezan a estar de vuelta de todo.

Más que la ultraderecha tópica es la abstención el principal fantasma de los próximos comicios de la UE. Baste recordar que de los cinco países más afectados por la crisis económica y financiera -Grecia, Portugal, Irlanda, España y Chipre- solo ha sido en Atenas en donde la extrema derecha ha accedido al Parlamento.

Por otra parte, los partidos tradicionales deberán tener en cuenta que el electorado ya no se traga fácilmente las viejas proclamas de los mítines de fin de semana, y exige con mayor vigor el cumplimiento del contrato electoral entre el partido ganador de los comicios y la mayoría que le ha otorgado su confianza en las urnas. Los giros programáticos radicales una vez en el poder, aunque sean impuestos por la realpolitik de las instituciones internacionales, no se perdonan, e incluso se consideran una estafa. El presidente François Hollande acaba de pagar el primer precio, como antes les ocurriera a otros líderes europeos.

La abstención, por supuesto, puede ser considerada en gran parte y en este caso como la expresión plástica del votante de centroizquierda decepcionado. Pero, haría mal el centroderecha en considerar que ese fenómeno no le afectaría en la misma medida. Ambos polos, en todo caso, izquierda y derecha, deberán clarificar sus programas, plasmar sus diferencias alternativas en cómo sacarán de  la crisis a la UE y cumplir después con lo pactado con el electorado. Este, probablemente, ya no aguantará una sola mentira más.