La imparable decadencia de la clase política alemana

ob angela merkel sich schonTuringia, ¿Turingia? ¿Quién conoce ese pequeño Estado federado alemán, de la antigua República Democrática, donde se ha registrado un terremoto político? Ah, sí, es el corazón de Alemania, la tierra donde Lutero tradujo la Biblia al alemán, la de Bach, la de Weimar, la ciudad de Schiller y Goethe, de la primera Bauhaus, y también la que dio nombre a la República de triste recuerdo.

Sí, ha habido allí un temblor político que ha sacudido a todo el país.

Hubo ya un fuerte aviso, un corrimiento de las placas políticas en las elecciones en ese Estado, en octubre del año pasado. La primera fuerza, con el 31%  de los votos fue Die Linke, La Izquierda, construida sobre la base del antiguo partido comunista del Este alemán. Pero la segunda, con nada menos que el 24%, fue la ultraderechista Alternativa para Alemania, que en ese Estado federado está controlada por su ala más radical,   representada por Björn Höcke, negacionista del Holocausto. Fue una bofetada política, el respaldo a dos partidos de protesta, nada menos que 30 años después de la caída del muro, que refleja la insatisfacción en el Este por un lado, y la imparable subida de la AfD, como se ya se había registrado en las generales y en las sucesivas  elecciones regionales, Baviera y Hesse en el Oeste, y Brandemburgo y Sajonia en el Este.

Con esos resultados era muy difícil formar un gobierno como el que había hasta entonces, con La Izquierda al frente y apoyos de Los Verdes y la socialdemocracia, ésta en franco retroceso.

Después de meses de negociaciones que han tenido en vilo al país, salta la bomba. Es elegido presidente del Land,  Thomas Kemmerich, del Partido liberal, que apenas había conseguido el 5% de votos, mínimo para entrar en la cámara regional. Recibe el respaldo de la democracia cristiana y de la AfD. Todo salta por los aires, se ha roto un tabú histórico. Debido a las enseñanzas del pasado nazi, los partidos no solo no se pueden coaligar con la ultraderecha, sino que no pueden dialogar. El cordón sanitario, las líneas rojas deben ser absolutas. El escándalo lleva a la dimisión de Kemmerich apenas 24 horas después de ser elegido.

Alguien se había equivocado, había cometido un grave error ¿Quién? Aparte de los liberales, la dirección de la democracia cristiana, su presidenta, la sucesora de Angela Merkel al frente del partido, Annnegret Kramp- Karrenbauer, conocida como AKK. En el reciente  congreso de la CDU, sometida a una serie de críticas por su pésima gestión y sus continuas meteduras de pata, AKK  puso su cargo a disposición de los delegados. La respuesta fue un aplauso de nueve minutos “a la búlgara”. La maquinaria  de los partidos políticos europeos está compuesta por una espesa masa de funcionarios que temen por su puesto. Ya lo advertía Hanna Arendt hace 60 años.

Merkel dejó la presidencia de la CDU en el otoño de 2018, tras los fuertes reveses en Baviera y Hesse y el retroceso en la generales de 2017. Su sucesora, designada por ella,  ha seguido su rumbo errático, y ha cosechado más fracasos en las regionales del Este alemán, Sajonia, Brandemburgo y Turingia.

En realidad, la canciller lleva fuera de juego desde que dejara la presidencia de la CDU. Nadie sabe hoy qué o quién es Alemania en el mundo globalizado. Hace pocas declaraciones, apenas da entrevistas y toma menos decisiones. Merkel está prejubilada, amortizada. Nadie ha explicado todavía el origen de los temblores que mostró el pasado verano y que extrañaron al mundo.

En medio de la gran tormenta, y de viaje oficial en Suráfrica, Merkel rompió su silencio para decir: “imperdonable “. Imperdonable era lo que había pasado en Turingia, el alineamiento con la ultraderecha, permitido por la dirección del partido.

Tras los retrocesos registrados en las generales, las sucesivas elecciones regionales han supuesto un fracaso para los históricos y venerables grandes partidos alemanes de masas, la CDU y el SPD. Por el contrario suben Los Verdes y la ultraderecha. Cayó Merkel, cae ahora AKK.

Según las encuestas, la democracia cristiana perdería hasta 10 puntos en unas nuevas elecciones en Turingia, y subiría aun más La Izquierda, más protesta.

En Alemania, apenas hay nadie que recuerde, con sus luces pero también con todas sus sombras, por supuesto, a los grandes líderes del pasado. Estamos en otro tiempo, de ascenso de la inteligencia artificial y retroceso, en paralelo, de la analógica. La actual generación de dirigentes no vivió la segunda guerra mundial y no tiene conciencia de los esfuerzos que se hicieron para reconstruir los países y para la integración europea. Macron estaba en el colegio cuando Merkel era ministra. Ahora estamos en una era de populismos como el Brexit o el “independentismo”, en tiempos volátiles o “tontos” como dice el maestro Luis Goytisolo. En Alemania, en Europa y también aquí. Algún analista alemán habla de tiempos postdemocráticos, irracionales, impulsivos y sin escrúpulos. Estamos ante un fracaso de las élites. Se pacta, allí o aquí, con quien sea para mantenerse en el poder. Pero hay consecuencias.

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