¿Y si el problema fuera el producto?
- Categoría: Debate sobre Comunicación Europea
- Publicado: Martes, 15 Mayo 2018 15:03
- Escrito por Rafael Díaz Arias. Profesor jubilado de Periodismo
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Después de una encuesta que no cumple las expectativas, después de unos malos resultados electorales, estamos hartos de oír a los líderes políticos que no han sabido explicar sus políticas, que no han sido capaces de hacer llegar a los ciudadanos los méritos de sus propuestas, que el problema no es la política, que el fallo es la comunicación. Y, no, la cuestión es que por mucho que se retuerce el relato las cosas son como son y los frutos de esas políticas que los gobiernos consideran incuestionables no satisfacen las necesidades reales y objetivas o, simplemente subjetivas, de los ciudadanos. Para cambiar el relato hay que, primero, rectificar las políticas.
Algo parecido ocurre con la Unión Europea. Ante la creciente desafección ciudadana nos preguntamos ¿cómo comunicar Europa? Ciertamente, las prácticas comunicativas de las instituciones europeas pueden ser mejorables y no digamos ya el modo de afrontar la UE por parte de los medios nacionales. Pero ¿y si el problema fuera el producto? ¿y si el relato no conquista a los europeos porque las políticas europeas no atienden a sus necesidades y preocupaciones? Creo que lo primero es examinar si existe ese desacople entre el producto servido por las instituciones europeas y las expectativas ciudadanas. El proceso de integración europeo ha garantizado décadas de paz y producido una cierta homogeneidad social, pero esos logros se dan por descontados y no se puede seguir invocándolos como único argumento.
¿Cuáles son esas expectativas ciudadanas? Es difícil decirlo, porque varían de unos países a otros, en función de las distintas realidades nacionales. Y es que el primer problema es la falta de un demos europeo. Están bien en insistir en los símbolos, pero un debate común en aquel en el que se manifiesta una verdadera opinión pública europea no se producirá sino en torno a decisiones tomadas directamente por la ciudadanía sobre grandes proyectos europeos. Un paso positivo para crear ese demos común podría ser las listas transnacionales al Parlamento, pero también formas de participación común para toda la población: consultas e incluso referéndums que se computaran a nivel de toda la Unión, no país por país.
A falta de ese demos podemos simplificar las expectativas ciudadana refiriéndonos a tres grupos de países. Los del norte, acreedores, preocupados por la estabilidad presupuestaria, el mantenimiento de su prosperidad y la cohesión de sociedades multiculturales; los del sur, deudores, desesperanzados por la prosperidad perdida, carentes de recursos para afrontar una inmigración que seguirá llamando a las puertas de Europa; los del este, temerosos de una inmigración inexistente, del multiculturalismo y sometidos a una renacida tensión estratégica con el nuevo imperio ruso… Necesidades, intereses y visiones tan distintas que solo a través de proyectos comunes de verdadero interés social puede integra a todos. En los nuevos presupuestos se propone aumentar el gasto en defensa e inmigración. Defensa significa programas de armamento; inmigración, agentes de fronteras comunitarios. Difícilmente estos nuevos programas lograrán el consenso popular, máxime si lo son a costa de recortar recursos para agricultura y cohesión.
La Unión tiene logros notables en la protección de los consumidores (por poner uno reciente la abolición del roaming). Pero carece de nuevos grandes proyectos sociales, como pudo ser el programa Erasmus. La Europa Social nunca pasa de la invocación retórica, y a veces pienso que mejor que sea así, porque podría suponer una igualación en valores mínimos de la protección social. Al menos en el sur, la UE ha sido durante la Gran Recesión el vehículo de imposición de soluciones neoliberales dañinas para los intereses de las capas populares. Difícil revertir un sentimiento de rechazo en España, Grecia o Portugal.
Más allá de los proyectos, el proceso de producción política está lejos de ser transparente y participativo. No es que los reglamentos y las directivas sean complejas, explicarlas y acercarlas a los ciudadanos es la tarea de los servicios de comunicación y de los medios; el problema es que los ciudadanos no ven claramente cuál es la función de los parlamentarios que eligen. Siguen pensando en el Parlamento Europeo en términos de legislativos nacionales e ignoran o no se les cuenta que, pese a sus competencias legislativas y de control, la última palabra la tienen los gobiernos. Son los ejecutivos nacionales los primeros culpables de esta debilidad. Después de cada Consejo se produce el bochornoso carrusel de ruedas de prensa de primeros ministros que dan una visión parcial y sesgada de los acuerdos, en función de los puros intereses nacionales o incluso simplemente partidistas. Nadie plantea un balance general de los intereses de los ciudadanos europeos en su conjunto.
Así que, para una mejor comunicación, un mejor producto: más transparencia y participación ciudadana en el proceso, proyectos comunes de verdadero impacto en la vida del ciudadano, listas transnacionales y foros de discusión más allá de las fronteras nacionales. Seguro que entonces es más fácil comunicar.