Extracto del discurso apertura curso académico 2013-2014 del Colegio de Europa
- Creado: Jueves, 14 Noviembre 2013 21:50
- Publicado: Jueves, 14 Noviembre 2013 21:50
- Escrito por Íñigo Méndez de Vigo. Secretario de Estado para la UE
En 2013 se conmemora el sexagésimo-cuarto aniversario de la primera promoción del Colegio de Europa. Y para realzar tal efemérides me pareció sugerente volver la vista atrás y recordar a aquel gran europeísta que fue el promotor y uno de los fundadores de este Colegio. Me refiero a mi compatriota, D. Salvador de Madariaga.
Nacido en 1886 -el mismo año, por cierto que Robert Schuman- Madariaga fue un pensador profundamente comprometido con Europa. Pero no con cualquier Europa, sino con aquella que se alzó sobre los escombros de una terrible guerra y comenzó su andadura a partir de la Declaración de 1950.
Una Europa asentada en la reconciliación franco-alemana para salvaguardar la paz en nuestro continente. Una Europa sustentada en un sistema político fundado en los principios de libertad, tolerancia, pluralismo y respeto a los derechos fundamentales. Una Europa basada en la economía de mercado como fuente de crecimiento, progreso y bienestar.
Una Europa como unidad de base cultural cuya identidad surgió de la confluencia de dos grandes tradiciones: la socrática, que exigía libertad de pensamiento y la cristiana, que demandaba respeto para la persona humana por el solo hecho de serlo.
Con una Europa de estas características soñaba Madariaga cuando en 1948 impulsó, junto con Sir Winston Churchill y otros políticos de la época, el Congreso del Movimiento Europeo que se celebró en La Haya y que constituyó el primer acto de voluntad europeísta tras la Segunda Guerra Mundial. Todo estaba entonces por hacer. Alemania permanecía ocupada por las potencias vencedoras, la hoy extinta Unión Soviética amenazaba con extender su influencia hacia los países de Europa central y oriental que se convertirían, pocos años más tarde, en el “Occidente secuestrado” por parafrasear el hermoso título de un opúsculo de Milan Kundera. Las poblaciones europeas diezmadas por la guerra y el hambre necesitaban un camino de esperanza. (…)
Ya en 1948 D. Salvador apuntaba en un artículo y cito “No hay ya una sola nación europea que pueda subsistir por sus propias fuerzas y la unión se presenta como la única alternativa frente al derrumbe económico por un lado, y al peligro de agresión militar o revolucionario por el otro”. Visión ésta que compartía con otro gran europeísta de la primera hora, Paul Henri Spaak quien afirmaba por aquellos días que en la Europa de la posguerra no había Estados grandes y pequeños, sólo había Estados pequeños pero los supuestos grandes todavía no se habían dado cuenta de ello.
Esta visión resulta hoy más acertada que nunca. En un contexto cada vez más multipolar y con el ascenso de nuevas potencias, hay que aprovechar la oportunidad para Europa de contar más en el mundo y defender sus valores e intereses.
Consecuentemente pienso que Madariaga hubiera apoyado la constitución de un Servicio de Acción Exterior de la Unión Europea con un Alto Representante al frente que es algo así como el Ministro de Asuntos Exteriores de la Unión, nombre que por cierto le daba el texto de la Convención que elaboró el proyecto de Tratado Constitucional aunque luego vinieron algunos Estados miembros con las rebajas (...)
Dicho todo esto, quiero volver al liberalismo de Madariaga para resaltar su espíritu crítico e inconformista. Partiendo de esa hipótesis, ¿qué pensaría D. Salvador del rumbo tomado por nuestra Unión en los últimos años? ¿Cómo juzgaría los cambios acaecidos en nuestras instituciones?
Sin duda le sorprendería – y celebraría- el aumento de poderes del Parlamento Europeo, el cual se transformó en estas décadas de una asamblea consultiva de segundo grado a un verdadero parlamento, elegido por sufragio universal y en pie de igualdad competencial con el Consejo.
Aunque D. Salvador no fuera propiamente un institucionalista, le llamaría la atención la preponderancia alcanzada por el Consejo Europeo que, baste el ejemplo, se ha reunido a razón de seis veces al año y se ha convertido en la institución con mayor poder de decisión de facto de la Unión.
Lamentaría, probablemente el decaimiento del método comunitario y la consiguiente pujanza del intergubernamentalismo.
Abogaría por fortalecer el insustituible papel de la Comisión Europea como garante del interés general, defendería su monopolio en el ejercicio de la iniciativa legislativa y exigiría el respeto de su carácter colegial en la adopción de sus decisiones.
Le llamaría igualmente la atención las muchas horas y el enorme esfuerzo dedicado por sus instituciones a resolver la crisis económica-financiera en estos últimos cinco años. Y, aunque aceptara de buen grado aquella explicación dada por el presidente Van Rompuy cuando afirmó plásticamente que en mitad de la travesía y en plena tempestad- entiéndase crisis financiera-,“creamos los botes salvavidas den plena travesía” –entiéndase aquí instituciones de gobernanza económica- no es menos cierto que nuestro protagonista, a la manera de Teilhard de Chardin, propugnaría “elevarse para ver más claro” y “distinguir las voces de los ecos” como pedía un poeta sevillano.
Probablemente D. Salvador pensara que a Europa le falla el mensaje, que Europa no es capaz de crear una narrativa lo suficientemente atractiva como para enganchar a la ciudadanía. Esa narrativa ha existido en épocas pasadas. En la posguerra, los padres fundadores utilizaron el mensaje de que Europa significaba reconciliación y paz frente a los nacionalismos que provocaron la más terrible de las guerras. Pero ¿Qué europeo piensa hoy en Francia y Alemania como temibles adversarios? Sólo se me ocurre un caso y reconozco que no es excesivamente preocupante. Me refiero a la rivalidad de sus selecciones nacionales ¡En un terreno de fútbol!
Durante los 60 y 70 Europa representaba la opción democrática y próspera frente al totalitarismo del otro lado del telón de acero. Tras la caída del muro de Berlín, el objetivo del mercado único y el euro se convirtieron en el referente del europeísmo. A comienzos del 2000 la narrativa, algo más dudosa ya, fue aquella que presentaba a Europa como valor añadido, el «Europe has to deliver» del que hablaba Tony Blair. Quince años despuéscarecemos de narrativa, de un mensaje ilusionante que enganche a Europa con sus ciudadanos mientras sobran las notas discordantes que utilizan a Europa de “punching ball” en la que descargar culpas injustamente.
Probablemente D. Salvador sería un sólido aliado a la hora de elaborar una nueva narrativa europea.
Esa nueva narrativa pondría en valor los logros alcanzados durante las últimas seis décadas en nuestro continente en términosde libertades, de justicia, de respeto a los derechos fundamentalesy de progreso.
Esa nueva narrativa se inspiraría en los principios de responsabilidad y cohesión, de mutua confianza y solidaridad.
Todos estos valores y principios conjugan lo que podríamos denominar el “European way of life”. Y es importante que cuando nos aprestamos a elaborar nuevas reglas de gobernanza mundial ya sea en el ámbito económico-financiero, comercial, industrial o medioambiental seamos capaces de impulsar esos principios y valores que constituyen nuestra manera de ser y estar y que han contribuido a fortalecer nuestra democracia y alcanzar el progreso y el bienestar en nuestros pueblos. Con razón, el expresidente de Brasil, Lula, afirmaba en los momentos más negros de la crisis financiera –felizmente superados- que la Unión Europea no podía desaparecer porque “es un patrimonio democrático de la humanidad”.
Toda narrativa tiene por objeto aunar convicción y corazón: razón y sentimientos constituyen dos poderosas fuerzas movilizadoras. Pero un profesor universitario como Madariaga no se contentaría con una mera teorización; antes bien, la utilizaría como palanca para desarrollar una pedagogía sobre Europa.
Como diría un antecesor en el cargo en la Secretaría de Estado, “Europa es como el aire que respiramos”; es decir, está ahí, es necesario para nuestra existencia pero… ¿Cuántos de ustedes se levantan cada mañana y se ponen a pensar en él, en su pureza, en su necesidad? Ninguno, estoy seguro. Lo aspiran y hops, a por la taza del reparador café. De igual manera, Europa forma parte de la cotidianeidad de nuestra existencia. Y a pesar de que, según una reciente encuesta, sólo el 43% de los consultados conocía el significado de pertenecer a la Unión Europea y el 48% afirmaba desconocer sus derechos, lo cierto es que somos europeos… sin saberlo y nos apercibimos de la presencia y la influencia de Europa en nuestras vidas en muy contadas ocasiones (…)
Hay una reflexión de Madariaga que repito con frecuencia: es aquella en la que dice que “Europa no será una realidad hasta que lo sea en la conciencia de sus ciudadanos”. Esos mismos ciudadanos quizá cansados, quizá desalentados por la dura crisis económica por la que hemos atravesado, esos mismos ciudadanos que contemplan con desazón la insoportable lentitud de la Unión para tomar decisiones que afectan a sus vidas. Siendo todo esto cierto, no lo es menos que la construcción europea sigue siendo la más hermosa utopía del siglo XXI. Como todas las utopías requiere de personas que aúnen visión y ambición para hacerlas realidad. Y no son las opciones populistas o eurófobas las que van a perseverar en la construcción del edificio europeo; este tipo de opciones son tan capaces de destruir como incapaces de construir. En estos momentos lo que necesita Europa son ciudadanos responsables que elijan a políticos de temple y convicciones para responder a los desafíos que tiene planteados nuestro continente (…)