Europa y el tabaco. Lamentablemente, España es diferente

logoasoc-02Le preguntaban a la ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez, unos días después de tomar posesión como tal, por sus planes respecto al incumplimiento clamoroso de la ley española contra el tabaco. Y su respuesta resultaba, por decirlo con suavidad, tan extraña y desconcertante como cabe esperar de un político que no quiere comprometerse en un asunto que le resulta incómodo: Estamos en fase de evaluación… Somos conscientes de que la ley todavía no se cumple en todos sus términos...

Lo cual no es decir mucho, ciertamente, porque basta salir a la calle (y hay que pensar que la ministra sale y visita un bar o un restaurante de vez en cuando) para “evaluar” inmediatamente que la ley española, la más tibia e incompleta de cuantas se han promulgado recientemente en los países de la Unión Europea, no se cumple en absoluto; es más, se burla y se desprecia de forma sistemática y a conciencia, en su letra y en su espíritu.

Y eso tiene mucho que ver con el problema de lo que el catedrático de Filosofía del Derecho Francisco J. Laporta llamaba, en un artículo reciente, la ingravidez de las leyes en España: tanta legislación que se promulga pero no se cumple, porque no se puede o no se quiere hacer cumplir. También en esto, como en tantas otras cosas, España es diferente, lamentablemente y para mal.

Parecía difícil imaginar hace poco más de dos años que en el interior de un típico pub, de Londres o de la Inglaterra rural, pudiera estar prohibido encender un pitillo para acompañar la pinta de bitter o de stout, toda vez que para muchos una cosa y la otra, el pitillo y la pinta de cerveza, representaban un placer conjunto e inseparable.

Después de todo, lo de ir o no al pub era algo voluntario; a nadie le obligaban a entrar a uno de ellos establecimientos tradicionales y respirar la atmósfera más o menos cargada del interior: aquél al que le moleste el humo, que no entre, que se quede en casa o que se vaya al cine. No se decía con esa rotundidad, pero casi no hacía falta; muchos pensaban así, incluso en el propio gobierno británico que entonces encabezaba Tony Blair, el cual, por cierto, tampoco estaba por una prohibición radical del tabaco, sino que apoyaba la idea de permitir fumar en aquellos pubs en los que no se sirviera comida, y también en las sociedades y clubs privados (que para eso eran privados, se decía).

Pero en el parlamento británico se impuso una visión bien diferente cuando, en febrero de 2006, se aprobó por abrumadora mayoría (y con el voto a favor, de la mayoría de los ministros de Blair) la nueva norma, que prohibiría fumar en todos los lugares de trabajo y locales cerrados, incluidos, por supuesto, los bares y restaurantes, y también los clásicos y restrictivos clubs privados. Así, cuando la medida, que podría parecer revolucionaria, pero no lo era tanto, entró en vigor definitivamente en Inglaterra el uno de julio del 2007, la gente estaba ya perfectamente hecha a la idea y a nadie le pasaba por la cabeza que la ley pudiera incumplirse o que su aplicación práctica pudiera encontrar resistencias o sabotajes. Después de todo, la medida era nueva en Inglaterra, pero no en el resto del Reino Unido: la prohibición de fumar en los lugares públicos, incluidos los pubs, ya regía en Escocia, en Gales y en Irlanda del Norte.

Y lo mismo pasaba en la vecina República de Irlanda, un país de gente indómita, con una notable fama de afición a la bebida como elemento de socialización, y donde también parecía imposible que pudiera imponerse una prohibición del tabaco en el interior de los pubs, porque también aquí tendían a considerar el cigarrillo como inseparable de la Guinness. Pero la ley estaba clara: el bar es un sitio público y un lugar de trabajo (para el personal que sirve las bebidas). Y además, más del setenta por ciento de la población irlandesa aprobaba la prohibición en esos términos, por mucho que los dueños de los locales insistieran en que sus beneficios iban a verse seriamente mermados por una menor afluencia de clientes. Con el tiempo, se ha visto que esa previsión era infundada: la aplicación de la ley ha sido un éxito, y los pubs de Irlanda, ahora libres de humo, están tan animados como siempre, o más, porque ahora entra en ellos mucha gente que antes no entraba porque la atmósfera dentro era irrespirable e insana, y los que no resisten la tentación de encender un pitillo cogen su bebida y salen a la calle a hacerlo, con toda naturalidad, sin obligar a los del interior a fumar contra su voluntad.

Lo mismo sucede hoy en los pubs de Inglaterra, para sorpresa de muchos turistas españoles en Londres (que se admiran enormemente de que las leyes se cumplan), y también en los establecimientos públicos de Italia, un país donde se han tomado en serio este asunto, pese a la imagen, no siempre justificada, que tiene su gente de ser poco dada a respetar las prohibiciones. Y en Francia, una nación de fumadores y de cafés-tabac. Y en Noruega. Y en Suecia. Y….

En España, no. Aquí son los turistas extranjeros los que se extrañan de que en los bares, salvo contadísimas excepciones, no haya ninguna limitación para fumar. Y se extrañan más cuando se les cuenta que en realidad sí existen limitaciones y acotaciones legales, pero que éstas no se cumplen y no pasa nada, sobre todo en determinadas comunidades autónomas en las que, como en el caso de Madrid, las autoridades locales estimulan activamente el incumplimiento de las normas. Y eso que la ley española nació ya con una concesión vergonzante que atentaba, de hecho, contra su propio espíritu, al dejar a los bares de menos de cien metros cuadrados al margen de cualquier obligación a la hora de restringir el uso del tabaco. ¡Pobres de los establecimientos que han obedecido la ley y han puesto las mamparas de separación para zonas de fumadores!, nos comentaba el camarero de una céntrica cafetería madrileña. ¡Se han gastado el dinero inútilmente!”.

Esos son los hechos: la ley se ha ignorado en la inmensa mayoría de los casos. Y eso que, según el último Eurobarómetro, del mes de marzo, el 68,9 de los españoles se manifiesta a favor de la prohibición total de fumar en los restaurantes y establecimientos públicos como bares y clubes. ¿Dónde estarán, todos esos españoles, a la hora de decidir y de hacer valer su criterio? 

Porque, lo que es el gobierno español, no se lo toma muy en serio, o no tiene prisa. De momento, sigue en fase de evaluación. Y así nos va.

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