Meloni para rato

Meloni para ratoTenemos Meloni para rato es el título del último artículo de Steven Forti en Ctxt. Steven Forti nos acompañó el pasado jueves 2 de marzo en uno de los almuerzos-coloquio de Europa en suma en el que nos dio un panorama de la situación política italiana desde la llegada de Giorgia Meloni a la presidencia del gobierno italiano, cómo puede afectar a la Unión Europea y su relación con lo que él define como extrema derecha 2.0.

Steven Forti es historiador y profesor de la Universitat Autònoma de Barcelona. Ha sido investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidade Nova de Lisboa. Sus investigaciones se centran en los fascismos, los nacionalismos y las extremas derechas en la época contemporánea. Entre sus publicaciones cabe destacar Extrema derecha 2.0 y El peso de la nación. Nicola Bombacci, Paul Marion y Óscar Pérez Solís en la Europa de entreguerras; y, como coautor, Patriotas indignados. Sobre la nueva ultraderecha en la Posguerra Fría. Neofascismo, posfascismo y nazbols.

Forti empezó explicando por qué tenemos Meloni para rato. Giorgia Meloni se convirtió en presidenta del gobierno italiano, la primera mujer en su Historia, en octubre de 2022. Tras ganar las elecciones del 25 de septiembre al frente del partido Hermanos de Italia, considerado de extrema derecha, en coalición con las formaciones políticas de Silvio Berlusconi y Matteo Salvini. Hasta hace un mes no se le auguraba ningún futuro a su gobierno. Por la división entre los socios de la coalición y por la situación económica. Sin embargo, la victoria de la coalición en las regionales en Lombardía y Lazio en febrero ha cambiado el panorama, asentando a Meloni en el Palacio Chigi. A lo que se ha unido que, según el FMI, la economía italiana crecerá en 2023.

Por otro lado, pasados los cien primeros días de Gobierno, Meloni ha hecho que las alarmas antifascistas hayan reducido su tonalidad: no ha convertido Italia en la Hungría de Orbán; mantiene relaciones correctas con Bruselas; se ha alineado con Ucrania y Zelenski con quien se ha entrevistado, diferenciándose de la rusofilia de Berlusconi y Salvini, y tranquilizando a Washington y al atlantismo europeo; y económicamente mantiene una continuidad con la línea de su predecesor en el gobierno, Mario Draghi. Otra de las razones del asentamiento de Meloni es que la oposición está totalmente dividida. Forti ve con cierta esperanza el que Elly Schlein se haya hecho con las riendas del Partido Democrático (PD).

Forti también nos habló de que Meloni está trabajando en Europa para fraguar una alianza entre los Populares y el grupo que preside, los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), grupo en el que se encuentran también los polacos de Ley y Justicia, los Demócratas de Suecia y Vox. El objetivo es que haya un cambio de alianzas en el Europarlamento y que el Partido Popular Europeo (PPE) mire a su derecha, y olvide las grandes coaliciones con socialdemócratas y liberales. Meloni ya ha logrado convencer a Manfred Weber, presidente del PPE, por lo que tenemos que sumar una incertidumbre más a las próximas elecciones europeas de la primavera de 2024.

Dentro del país, Meloni quiere hacer cambios en educación, en la televisión, convertir el país en una república presidencialista. Ya ha puesto en marcha algunas de sus políticas más cuestionadas como son las que tienen que ver con la inmigración y con el trabajo de las ONGs en el Mediterráneo; prohibir las fiestas “rave”… Para Forti el Gobierno ultraderechista de Meloni no es un ejecutivo cualquiera, un poco más conservador que los anteriores. Es claramente una amenaza para la democracia italiana. Tiene claro que hay líneas rojas que no se pueden traspasar –el atlantismo y el respeto de los parámetros establecidos en Bruselas– y que los cambios deben llevarse a cabo paulatinamente, sin levantar polvaredas contraproducentes.

Forti vincula el fenómeno Meloni a lo que él define como “extrema derecha 2.0”, lo que desarrolla en su libro homónimo. Término que ha acuñado ante el cambio de actuación de estos grupos y de la sociedad actual. Grupos que no se pueden considerar como populismo, ya que éste no es una ideología. Tampoco se puede hablar de fascismo o neofascismo. No quieren encuadrar a la sociedad, instaurar un régimen autoritario unipartidista o construir un “hombre nuevo”. No tienen un proyecto imperialista en política exterior. Como mucho, llenan su retórica de la grandeza nacional del pasado. Tampoco son algo parecido a los partidos neofascistas de la segunda mitad del siglo XX. Los ultras de hoy visten camisa y americana, a veces incluso se ponen una corbata: ya no se les ve con cabeza rapada, cazadoras de cuero y esvásticas tatuadas haciendo el saludo romano. Hablan, según dicen, el lenguaje de la gente corriente, defienden el “sentido común”, se alejan formalmente de las ideologías del pasado.

Estos grupos tienen en común un marcado nacionalismo, la recuperación de la soberanía nacional, un alto grado de euroescepticismo, un general conservadurismo, la importancia de la identidad verdadera del “pueblo”, la islamofobia, la condena de la inmigración tachada de “invasión”, la toma de distancia formal de las pasadas experiencias de fascismo, manejan mejor que otras fuerzas políticas las redes sociales y las “fake news”, y aceptan el juego democrático apuntando hacia las llamadas democracias iliberales que cuestionan la separación de poderes. Pero también tienen unas diferencias nada desdeñables en temas como la economía –hay formaciones ultraliberistas como Vox y otras que abogan por un Welfare Chauvinism como la Agrupación Nacional francesa–, los derechos civiles –hay quien defiende una postura muy dura sobre el aborto, los derechos LGTBI o la familia y otras que son más abiertas sobre estos temas– o la geopolítica –hay atlantistas y rusófilos.

A la conclusión a la que llega Forti es que, alejada de los fascismos que asolaron Europa y desde el estilo populista que permea nuestro presente, la nueva extrema derecha está alcanzando una dimensión de fenómeno global. Disfrazada de democrática, la extrema derecha no solo ha entrado en las instituciones y comienza a tener un mayor peso, sino que pulula por internet y gangrena las redes sociales, normalizando así su discurso e ideología, para corroer la democracia desde dentro. Las democracias pueden morir no solo a manos de hombres armados, sino también de líderes electos, presidentes o primeros ministros que las erosionan lentamente, de forma casi imperceptible. Esta es quizás la gran novedad que ha introducido la extrema derecha 2.0 en comparación con sus antecesores del siglo XX.

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