Del marco al euro: una historia personal

537251 1Hay muchos puntos donde situar el foco para iluminar treinta años de pertenencia –mejor decir incorporación- de España a Europa. De entre todos ellos, inevitablemente, hay uno que parte de la experiencia personal, que es único, y que en mi caso empieza veinte años antes de la firma de adhesión.

Son los años 60 del siglo pasado, cientos de miles de españoles dejan su país para trabajar en Alemania, Francia, Bélgica y Suiza, principalmente. Mis tres hermanos mayores -por aquello de la agrupación familiar, debió de ser- eligieron Nuremberg, Alemania. Fábrica por la mañana y sobresueldo mediante pluriempleo por la tarde en algún supermercado. Me enteraba de la llegada de los giros mensuales a la oficina de correos de Ávila por comentarios de mi madre; el más repetido: “ha subido el marco”, que yo no entendía; ella sí, por la conversión a pesetas; era la marca de los tiempos.

Una década después, en los 70, España emprende su futuro europeo con la aspiración de formar parte de la Comunidad Económica Europea, pero para ello había que tener un país democrático. Nos pusimos a ello; los estudiantes, en lo que nos correspondía, aportamos un grano de arena, y se consiguió, aunque visto desde aquél tiempo nos incomodara la contrapartida de ingresar en la OTAN.

Muchos años después, en 2002, Radio Nacional decide enviarme como corresponsal a Bruselas para informar de la Unión Europea y, de paso, de la OTAN. A los pocos meses de llegar a Bruselas, después de aprobar en Copenhage las condiciones de la ampliación a los países del Este, la guerra de Iraq divide a los socios de ambas alianzas. Se habla de vieja y nueva Europa, pero la quiebra no es óbice para que los fondos estructurales y de cohesión sigan llegando a España, alimentando nuestro PIB, primero en marcos y luego en euros. Obviamente no se me escapan los esfuerzos, los demantelamientos industriales, las cuotas lecheras, las ayudas a la hectárea y no a la producción, o la proliferación del cultivo del lino, que de todo hubo. Claro, ¡nadie es perfecto!

Cuando ya apenas cumplíamos con el mantra de “España crece por encima de la media europea” me comunicaron que debía regresar a Madrid. La gran crisis y sus efectos los he seguido desde aquí, testigo de la demonización de Alemania y sus políticas de austeridad. ¡Nadie es perfecto!

Optimista moderado como soy confío en que a golpe crisis Europa avance hacia la unión política, además de la económica. Y confío en que Grecia y el Reino Unido seguirán formando parte del proyecto. Quizás sea un exceso de optimismo fruto de la noticia que me dio mi hermano hace un par de meses: junto a su pensión española, cobraría una pequeña aportación de Alemania por los cuatro años que trabajó allí, cuando pagaban en marcos. O también porque uno de mis hijos estudia en Londres con un crédito por su condición de ciudadano de la UE y una beca de un mecenas del que no recuerdo el nombre.

Nada es perfecto, tampoco esa realidad que llamamos UE, cuyo horizonte nos cambian de cuando en cuando, pero vale la pena seguir intentándolo. Aunque es sólo una historia personal, lógicamente.

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