Mejor, dentro

Balance de la adhesión de España a las Comunidades Europeas en el trigésimo aniversario de la firma del Tratado, el 12 de junio de 1985. Un seminario de Europa en suma.

f9No tiene sentido que, en sus cuestionarios, el CIS pregunte si la adhesión a Europa ha sido beneficiosa para nuestro país, afirma el presidente del Movimiento Europeo en España, Eugenio Nasarre, porque la respuesta es clara: sí.

Pero somos un pueblo de emociones. Antes de la crisis, recuerda Ignacio Molina, investigador para Europa del Instituto Elcano, éramos los más “euroentusiastas”. En los últimos años, los más desesperanzados. Hoy, indica, parece que se están recuperando algo los ánimos. Los jóvenes de en torno a los 18 años son los más partidarios de la integración europea.

La adhesión fue el gran momento de autoestima colectiva en España, recordaba décadas después el negociador Manuel Marín.

Pero la adhesión no era un fin en sí mismo, sino el principio de un proceso de adaptación, subrayó en aquella época el presidente del gobierno que culminó las negociaciones, Felipe González.

En estos años hemos visto miles de carteles donde se indicaba que carreteras, centros o instalaciones habían sido financiados por la Unión. En total, en estas tres décadas, hemos recibido de Bruselas 300.000 millones de euros y, salvo por el retraso de algunas regiones, nos hemos igualado en renta con la media de la Unión y somos contribuyentes netos. Ahora, nos toca ser solidarios.

Marcelino Oreja, ministro de exteriores de la UCD, recuerda que cuando solicitó formalmente la adhesión a las Comunidades Europeas, en 1977, habia un consenso unánime de la clase política española, en plena transición. Todavía no habíamos aprobado la Constitución.

Había desconfianza en Europa sobre la democracia española que se disipó con el cambio de gobierno de 1982, la llegada al poder de los socialistas, recuerda el entonces negociador Pedro Solbes. El aspecto político de la adhesión fue fácil. La teoría era simple: había que aceptar la legislación comunitaria. Lo más difícil fueron los apartados económicos, como pesca y agricultura.

La negociación no partía de la nada, añade Solbes, veníamos del acuerdo de 1970 entre Bruselas y el régimen de Franco, que había dado ventajas al sector agrícola. Bruselas quería una rápida desprotección de la industria, que vivía en la autarquía franquista, y una larga adaptación de la agricultura. Francia pretendía proteger sus regiones meridionales de la “invasión” española.

Pero Asturias fue el paradigma de los problemas generados por la adhesión. A la región le tocó desmantelar la minería, la siderurgia o la leche. Pero, sin Europa, las cosas hubieran ido peor, asegura Vicente Álvarez Areces, presidente del Principado de 1999 a 20011. Asturias, dice, era el símbolo de la autarquía de los tiempos de Franco, algo incompatible con una economía moderna, globalizada. No había más alternativa que la modernización, como se hizo. Aunque después, subraya, la regeneración sufrió un parón con la crisis de 2008.

Las ayudas europeas han permitido equiparar los servicios al nivel de la Unión, indica María Jesús Ruiz, presidenta de la Diputación de Soria de 1994 a 2003. Pero hay una cosa clara, comenta, cuando los gobiernos tienen que aplicar medidas que no gustan a la gente dicen que la culpa es de Bruselas, que vienen impuestas por la Unión.

En la práctica, aquellos ideales europeístas están siendo objeto de involución, señala Antonio Gutierrez, secretario general de CC.OO. de 1987 a 2000. Se recorta la democracia y crece el mercado.

Iraxte García, eurodiputada del PSOE, critica la política de austeridad como única receta para los problemas generados por la crisis. Es necesario, asegura, iniciar políticas de crecimiento y no velar solo por los intereses de unos pocos.

Willy Meyer, elegido eurodiputado por Izquierda Unida el año pasado, pero que dimitió de su cargo, es más tajante. Este modelo, según el cual el Banco Central Europeo presta a los bancos a interés cero para que luego financien a los Estados, dinamita el sistema de justicia social. La economía debe ponerse al servicio de la gente, de la creación de empleo. La moneda única no permite la devaluación, solo la rebaja de los salarios.

No, responde José María Gil-Robles, presidente del Parlamento Europeo de 1997 a 1999. El artículo 3 del Tratado de la Unión dice que el modelo que tenemos es el de una economía social de mercado, el modelo que ofrece más prestaciones sociales. Hoy, añade, tendríamos que relanzar la economía sin perder lo que hemos conseguido con el saneamiento. Pero está claro que no van a volver las viejas alegrías del exceso de gasto público. El gran reto, y no he encontrado la solución tras años de estudio, reconoce, es como financiar el modelo de Estado de bienestar.

España se adhirió a un proyecto para la construcción europea y, sobre todo, para evitar las guerras en el continente como las de 1914, 1939, o de siglos anteriores. En la últimas siete décadas no ha habido conflictos entre los grandes países europeos, pero hoy la Unión es algo dinámico que suscita insatisfacciones como demostraron las últimas elecciones europeas.

El estado del europeísmo es mejorable; los problemas cotidianos hacen que el proceso de construcción europea, que está a medio camino, pase a un segundo plano, comenta el presidente del Movimiento Europeo, Eugenio Nasarre.

La gran crisis europea, en este momento, es como recuperar la solidaridad, subraya el que fuera presidente del Parlamento Europeo de 1989 a 1992, el socialista Enrique Barón. Siempre decimos, añade, que esta crisis es muy grave, pero para crisis la que tenía la Alemania derrotada en 1945 o la España en ruinas del 39; eso si eran crisis. No se puede comparar lo que sucede hoy en Europa con la situación de la posguerra.

El secretario de Estado para la Unión, Íñigo Méndez de Vigo pone fin al seminario con una reflexión: somos europeístas y los europeístas siempre estamos insatisfechos, hacemos una crítica permanente. En eso estamos.

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