La tertulia de Europa en suma sobre el modelo del estado de bienestar europeo, con Marcos Peña, presidente del Consejo Económico y Social.
Frente al café Comercial de la glorieta de Bilbao de Madrid, donde celebramos las tertulias de Europa en Suma, se encuentra la sede de una afamada compañía de extraño nombre para dedicarse a los seguros, El Ocaso, conocida desde hace décadas por hacerse cargo de tu entierro a costa de una pequeña cuota mensual…
El letrero, su luz amarilla, compite por la tarde con el ocaso del Sol. Una imagen melancólica que puede simbolizar el estado de la Unión.
Hoy, en nuestro espacio común está en juego la sostenibilidad del prestigioso modelo social europeo, un problema que no nace con la crisis de 2008, sino mucho antes, con la globalización, la deslocalización de fábricas y la compra de productos baratos procedentes del antes dormido Extremo Oriente.
El canciller alemán, Helmut Kohl, ya advertía en 1990 que por entonces no es que hubiéramos empeorado sino que los “otros” se habían vuelto mejores.
Hoy, los salarios se han recortado, las columnas del Estado del bienestar, sanidad, educación y pensiones, están en peligro. A esto hay que sumar el descenso de la natalidad y el aumento de la longevidad.
Pero la amenaza no está solo en Oriente. Los Estados Unidos han superado las últimas turbulencias mejor que la Unión. El mito alemán BMW tiene ya su mayor fábrica no en la tierra madre, Baviera, sino en Spartanburg, Carolina del Sur (EEUU) donde producirá 450.0000 coches al año, 100.000 más que en la central de Munich, con un 70 % destinado a la exportación con el sello Made in Germany…
Y Mercedes tiene su planta en Alabama. Y VW en Tennessee. Al otro lado del Atlántico los salarios son más bajos en que en la UE y allí no hay representación sindical.
Así las cosas, y según un reciente estudio del instituto italiano Demos & Pi, la mayoría de la población europea es escéptica sobre el proyecto común, menos en Alemania, donde todavía un 53 de los encuestados sigue confiando en Europa. En España, Polonia y Francia apenas un 40 % están a favor. En el Reino Unido, muchos menos, claro, apenas el 28% confían en Bruselas. Y en el país más europeísta, Alemania solo un 13% cree que el euro ha traído ventajas.
En nuestra tertulia, Marcos Peña, presidente del Consejo económico y social sostiene que hay que huir de esa vieja consigna de “nos duele Europa”. Durante años, afirma, la aportación europea al PIB español ha sido del 3%, en torno a los 30.000 millones de euros anuales.
Naturalmente que hay problemas, reconoce: hay desajustes, las políticas que se intentan aplicar no tienen nada que ver con lo Tratados. En segundo lugar, hay desajustes económicos: la única herramienta que se ha utilizado contra la crisis ha sido la austeridad y hay una sobredosis de lo financiero. Parece que en Europa solo hay un binomio, acreedores frente a deudores, con un añadido moral de fondo: las acusaciones de despilfarro y con una moneda huérfana. La gestión de la crisis, afirma, se ha basado solo en remedios paliativos.
Frente a todo esto, apunta, la única salida es la del conocimiento para crecer más. Lo lamentable es que en España, subraya, en el reciente debate sobre el estado de la Nación no se dedicó ni un segundo a la investigación, al conocimiento.
Debería haber un pacto entre el Estados y los mercados para sostener los pilares básicos: sanidad, educación y pensiones, que no se han derrumbado, pero sí están algo resquebrajados. Marcos Peña pide también un pacto del Estado con la sociedad, porque la confianza es un requisito básico para el crecimiento económico. Deberíamos conseguir, añade, que al menos dos universidades españolas figuren entre las 20 mejores del mundo.
No hay soluciones a corto plazo, afirma. El mercado laboral está exhausto y necesita un reposo. Soportar el problema de las pensiones es muy complicado. Hay que reforzar la población activa, es fundamental. Las instituciones son necesarias para evitar la barbarie que es el estado natural del hombre, pero hay un hecho cierto, indica, y es que los jefes de Gobierno de la Unión actúan bajo la coartada europea, pero en el fondo hablan cada uno para su clientela.
Marcos Peña insiste en ser optimista, en recalcar lo que hemos conseguido. En la generación que hizo la transición, dice, la de los Felipe González o Adolfo Suárez, había apenas un 3% de licenciados y hoy más de la mitad de las mujeres de 25 años tienen un título.
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Sin embargo, en la tertulia, Javier Wrana, profesor de la Rey Juan Carlos, estima que no estamos mejor sino peor, que en la Universidad española la mediocridad lo invade todo y contamina a los que más valen. Tengo alumnos en quinto curso, dice, que no leen y apenas saben escribir. Y los doctorados hoy son un timo, subraya. No pasan de un corta y pega.
Con estos mimbres mal se puede crear la sociedad de conocimiento que propugna Marcos Peña.
En los últimos años, la clase media, si bien no ha sido aplastada, sí se puede decir que ha sido “laminada”.
Los que acuden a las manifestaciones de un grupo político emergente, populista, que apela a sentimientos más que a las ideas, son no solo jóvenes airados o pensionistas en peligro, sino en su mayoría gente de clase media y de edad mediana, con formación, que ven en peligro su futuro y el de sus hijos, en los que tantas esperanzas habían depositado. Y muchos son partidarios de tirar por la calle de en medio, que es una incógnita.
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En la tertulia, un participante indica que frente a las propuesta populistas que proponen como modelo un día Venezuela y al siguiente Dinamarca, lo primero que habría que hacer para acercarnos al ejemplo nórdico, sería hacernos protestantes, no protestar más, sino cambiar de religión, la católica por la austeridad calvinista. Y luego, esperar 500 años a que cuaje el proceso. Los cambios, estima, no se consiguen en años ni en décadas.
El declive del Estado del bienestar es antiguo. A mediados de la década pasada, en pleno “boom” o más bien “pelotazo”, se acuñó, no olvidemos, el término mileurista, como repetían de manera cansina los suplementos dominicales, y los jóvenes ya sabían que iban a vivir peor que sus padres.
Hoy se puede dar con canto en los dientes el que consigue los 600, no el viejo coche de Seat, sino euros.
En realidad lleva décadas abriéndose el abismo entre los que más tienen y los que menos, como cuenta Piketty en su libro superventas.
Este proceso del “ocaso” de Occidente y de la laminación de las clases medias no nació hace unos años. Michael Tanner señala en su libro El fin del Estado del bienestar, escrito nada menos que en 1996, que en los Estados Unidos entre 1965 y 1993, es decir cuando se lanzó la idea de la Gran Sociedad el porcentaje de población que vivía por debajo de los umbrales de la pobreza creció del 12,5% al 15%.
Y el futuro presenta nubarrones de tormenta. Según el informe The future of employment, de los profesores de Oxford Carl Benedikt y Michael Osborne, casi la mitad de los puestos de trabajo están en peligro porque muchas de sus tareas, transporte, logística, administración, fabricación y producción son susceptibles de ser automatizadas en una o dos décadas.
En Alemania, a Occidente se le conoce como la Abendland, la tierra de la tarde, por donde se pone el sol, con reminiscencias romántico-melancólicas.
Marcos Peña reconoce que la hoy gran potencia europea puede estar en las próximas décadas en el puesto 10 en la lista de países más ricos, es decir que puede ser algo más pobre. Y si eso sucede en la locomotora europea, estremece pensar que pasará en los vagones de cola…
Esto es lo que hay. Si alguien no está de acuerdo, sería bueno que aportara ideas y dejara de lado a Tomás Moro, los insultos y las descalificaciones por lo que ha pasado, porque todos sabemos lo que ha pasado, aunque los partidos no hagan algo fundamental, limpieza.
En la discusión del problema griego, el ministro alemán de Hacienda ha recordado de manera cruda que una cosa son deseos y otra, realidades.
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