Tertulia en Europa en Suma sobre el "Brexit"
Se planteaba hace poco Mark Leonard, fundador y director del European Council on Foreign Relations, si su compatriota David Cameron podría llegar a pasar a la historia como el peor primer ministro que haya podido tener Gran Bretaña: peor incluso que Neville Chamberlain, aquél que creyó que podría aplacar a Adolf Hitler y salvar la paz haciendo vergonzosas concesiones al dictador alemán y aceptando su política de hechos consumados.
En el caso de Cameron, su gran fracaso histórico sería, hipotéticamente, perder el referéndum sobre la permanencia de su país en la Unión Europea (es decir, que triunfara el “no” en la consulta, y que ello supusiera finalmente la salida de Gran Bretaña de la Unión), y a continuación, y como consecuencia de lo anterior, precipitar un nuevo referéndum sobre la independencia de Escocia, que esta vez daría un resultado positivo (porque los escoceses no están, de ningún modo, por la labor de abandonar el proyecto europeo) y provocar así la ruptura del Reino Unido. Sería un pésimo legado, sin duda, para el estadista Cameron.
Hablamos de esa posibilidad, la de que finalmente Gran Bretaña pudiera abandonar la Unión Europea, en la última tertulia de Europa en Suma, que esta vez contó con la presencia de David Mathieson, periodista británico afincado en España, analista político y, entre otras cosas, antiguo asesor del que fuera secretario del Foreign Office, Robin Cook, en los primeros gobiernos de Tony Blair. Y Mathieson dijo que no es fácil hacer pronósticos sobre el resultado de esa consulta europea.
Cameron se ha lanzado ya a pedir a sus compatriotas el sí en el referéndum, después de haber conseguido por parte de sus colegas europeos consagrar ese estatus especial para el Reino Unido (que queda así al margen de la idea de “cada vez más Europa” y de una asociación “cada vez más estrecha”), y de haberles arrancado esas concesiones en el espinoso asunto de la inmigración que ahora se esforzará en presentar a los británicos como una victoria trascendental. Así, los inmigrantes que lleguen a Gran Bretaña, incluidos los de la Unión Europeos, podrán ver restringidas, durante sus primeros cuatro años en el país, determinadas prestaciones sociales y salariales del Estado del bienestar a las que los ciudadanos británicos seguirán teniendo derecho. Ello, con el propósito, por parte del gobierno de Londres, de disuadir en lo posible la llegada masiva de nuevos inmigrantes al país.
No está claro que lo conseguido por Cameron haya sido algo verdaderamente importante, más allá de su valor simbólico. Ni está claro que esa discriminación de los trabajadores no británicos en el Reino Unido pueda llegar realmente a aplicarse (habrá que contar con el Tribunal de Justicia y con el Parlamento Europeo, donde muchos grupos se disponen a dar la batalla en contra). Y muchos dudan, por otra parte, de que, con su aplicación, se consiguiera algo significativo en cuanto a desalentar a los inmigrantes que se plantean llegar a territorio británico. Más bien parece un regalo obligado, una concesión imprescindible para facilitar al líder británico, atrapado en un callejón de difícil salida en la cuestión del referéndum; una vía que le permitiera argumentar, como ya ha empezado a hacer, que en las nuevas circunstancias es más beneficioso para Gran Bretaña permanecer en Europa que abandonarla.
Pero, como símbolo, y como posible precedente, no deja de tener su importancia. Los análisis más duros ponen de manifiesto estos días que lo conseguido por Cameron supone un golpe a la integración europea y un retroceso sin precedentes, y que, por si alguien tenía alguna duda, lo acordado en Bruselas viene a abrir el camino a una Europa, no ya de dos, sino de diversas y potencialmente innumerables velocidades. Los que apoyan el acuerdo apelan a la flexibilidad y dicen que lo importante era evitar la salida de Gran Bretaña, y esperan que, de este modo, se consiga.
Pero David Cameron tiene, para los próximos meses, antes del referéndum, previsto para la segunda mitad de junio, un papel difícil en casa. A los antieuropeos de UKIP los logros del primer ministro les parecen, no solo insuficientes, sino ridículos y patéticos: no admiten, por supuesto, nada que no sea directamente el abandono de la UE. Y muchos en el Partido Conservador, y muchos de sus votantes piensan de forma parecida, y en el seno del propio gobierno que encabeza Cameron varios de sus componentes se inclinan también por el no y no se recatan en expresarlo con claridad y rotundidad. A la opinión pública británica, ese cambio de actitud del primer ministro, esa nueva imagen del jefe de gobierno, repentinamente convertido en partidario de Europa y convencido de las indudables ventajas de permanecer como parte de una “Europa reformada”, podría resultarle poco sincera y escasamente convincente.
En la tertulia de Europa en Suma, David Mathieson comentaba que, para Cameron, la apuesta del referéndum sigue siendo arriesgada, y que nadie debe dar por seguro que triunfe el sí. La ola de euroescepticismo que últimamente parece haberse extendido por el continente es particularmente consistente en Gran Bretaña, y el debate en torno a la inmigración y al problema de los refugiados agravan la cuestión y complican y enmarañan los argumentos. Mathieson se atreve a afirmar que, en la visión de la opinión pública británica, el asunto determinante puede ser el de las migraciones, el control de las fronteras y la reticencia ante la llegada de nuevos inmigrantes: en las esferas oficiales no se habla tanto de ello, pero en la calle sí. Es la atmósfera que Mathieson capta cada vez que viaja a su país. En su opinión, la votación en el referéndum sobre Europa va a contar con muchos elementos de irracionalidad y el asunto de los flujos migratorios va a tener una gran importancia en la actitud de los votantes.
Y, sin duda, en un país en el que los medios informativos (marcadamente antieuropeos en general) juegan un papel importante y en el que los miembros del gobierno pueden mantener un grado considerable de independencia de criterio respecto a su jefe, y en un sistema en el que no existe esa férrea disciplina de voto que aquí nos resulta familiar, sino que los diputados, por ejemplo, se deben ante todo a sus electores y responden ante los miembros de la circunscripción a la que representan y a la que deben su puesto… con un panorama así, todo está abierto y todo resulta posible.