El oscuro y temido TTIP, en la tertulia de Europa en suma con el analista de la representación de la UE en España Jochen Müller
Pongamos que tenemos un barco con una carga de aceitunas en el Puerto de Algeciras con destino a los Estados Unidos. Pasa un control y hoy, tal como están las regulaciones, al llegar a un puerto norteamericano, tiene que pasar otro, prácticamente idéntico. Esto es lo que eliminaría el TTIP, con el ahorro que esto supone, sostiene como ejemplo Jochen Müller. Y así en otros muchos apartados.
La Asociación Transatlántica de Comercio e Inversiones, conocido por sus siglas en inglés, TTIP, un tratado de liberalización del comercio entre Estados Unidos y la Unión Europea, está en boca, quizá no en la de todos en estos tiempos difíciles, pero sí en la de muchos.
Se ha negociado en completo secreto. Desde junio de 2013, la Comisión Europea, el Gobierno estadounidense y los grandes lobbies empresariales se reúnen para negociar las condiciones del Tratado sin dar cuenta de lo que se habla.
Y gran parte de la oposición viene, precisamente, por la opacidad de lo negociado,
Lo cierto es que, al negociar en secreto, sin dar a conocer nada del contenido, la UE ha perdido la batalla de la “narrativa”; la han ganado de cara a la opinión pública los que se oponen. “Si negocian en secreto, es que tienen algo que ocultar”, dice la voz de la calle
En la práctica, se enfrentan dos modelos: el proteccionismo europeo, lleno de normas, frente a las relajadas medidas de los EEUU.
El objetivo del acuerdo para los que los negocian es claro: más crecimiento y empleo a través de más comercio e inversiones entre nuestros dos bloques comerciales. Bajar y, en muchos casos, eliminar aranceles que todavía existen en muchos sectores y eliminar otros obstáculos no arancelarios, como las trabas administrativas, las dobles inspecciones y barreras técnicas en una serie de sectores industriales.
Para lo numerosos grupos que se oponen, el TTIP es el nuevo caballo de Troya de las multinacionales: la Comisión Europea, Washington y las grandes empresas nos venden el acuerdo, dicen, como el antídoto definitivo contra la crisis. Sin embargo, señalan, ocultan una pérdida de derechos sin precedentes: los fundamentales servicios públicos serán privatizados, se recortarán nuestros estándares laborales, se consagrará el despido libre según el modelo USA, llegarán productos sin seguridad alimentaria ni respeto por el medio ambiente, carnes hormonadas y pollos tratados con cloro y el fracking será libre. En definitiva, los que se oponen estiman que Bruselas y Washington quieren destruir la vida de los ciudadanos ¿Que las empresas consideran que su rentabilidad no era la esperada? Tendrán la capacidad de demandar a los Estados exigiendo indemnizaciones millonarias que, por supuesto, procederán de dinero público.
Lo cierto es que el TTIP, asegura Müller, es uno de los muchos Tratados de comercio que Bruselas negocia y ha negociado con numerosos países y bloques, México, Mercosur, Australia, o Vietnam, con el que hemos regulado el trabajo infantil, o con Corea del Sur, con el que hemos incrementado el comercio en un 45%. Simplemente, señala, intentamos preparar a la UE para afrontar el comercio global, crecer y crear empleo. Pero está claro que cualquier negociación con los EEUU, por su peso económico, es distinta.
No estamos trabajando, indica, para destruir a escondidas reglamentaciones que llevamos aplicando décadas. Pero es cierto, reconoce, que en Estados Unidos hay más libertad para vender lo que quieras, aunque si causas daños te cae una multa y en la Unión Europea es al revés, todo está más regulado.
(Según un reciente reportaje emitido por La 2, en Estados Unidos se utilizan en alimentación 80.000 aditivos, de los que se desconocen sus efectos…)
Uno de los puntos fundamentales, señala el representante de Bruselas, es que la eliminación de los actuales controles dobles, aquí y allí, rebajaría costes, y esto beneficiaría sobre todos a las Pymes, que no tienen tanta capacidad de inversión como las grandes. Y otro ejemplo de cara al futuro: tenemos dos estándares distintos para los coches eléctricos; lo deseable sería unificarlos.
Si, reconoce Müller, hemos tenido problemas de comunicación, pero somos transparentes. La nueva Comisión Juncker reconoció la opacidad anterior y es más abierta con el contenido del TTIP.
Se trata de intentar moldear la globalización a través del comercio. Claro que, subraya, en el comercio hay siempre ganadores y perdedores. Y con el TTIP, que quede claro, asegura, no se van a reinterpretar los derechos laborales europeos; aquí, las empresas se seguirán basando en las leyes europeas.
Como comentario al margen de la tertulia podríamos decir que el bendito consumidor ve una futura invasión cuando en realidad nos han invadido algunas empresas por la puerta de atrás, por ejemplo con coches “alemanes” fabricados en EEEU, porque hay otra normativa laboral y otros costos. Y no es que los EEUU hayan sido los beneficiados de la apertura del comercio mundial, como puede reflexionar un observador algo viajado. No hay más que tomar el tren de NY a Washington, para ver antiguas y potentísimas regiones industriales que son hoy una gloriosa ruina, como las de Detroit o Pennsylvania.
Pero la gente compra esos modelos llegados de las nuevas industrias USA con delectación y nadie protesta. Y hace cola para comprarlos, si puede, claro.
Porque tiene mérito con la que está cayendo y con lo que viene: Brexit, ultranacionalismo, ahora el bloqueo de la pequeña Valonia al pacto con Canadá, la negativa de Holanda a un acuerdo anterior con Ucrania. Señales de un serio problema en la construcción europea, crisis del federalismo, del Estado de bienestar, refugiados, xenofobia, ultranacionalismo…
Pero eso será objeto de la próxima tertulia. Hasta entonces. Si llegamos.