Hablamos con Cristina Gallach sobre los objetivos de la Agenda 2030
La necesidad de tomarse en serio el desafío que supone el cambio climático es apremiante, y ello obliga a plantearse la sostenibilidad como objetivo central. Para Europa está claro: las prioridades han cambiado. Y aunque todavía pasará mucho tiempo antes de que dejemos de asociar la calidad de vida con el consumo, y la prosperidad con el crecimiento del PIB, lo que parece claro es que los llamamiento a “aumentar la demanda interna” para mantener y estimular los niveles de desarrollo no casan demasiado bien con esa necesidad imperiosa de pensar en la salud del planeta y actuar en consecuencia con la mayor urgencia y determinación.
Hace más de cuatro años que se firmó, a instancias de Naciones Unidas, la llamada Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible: un plan con 17 grandes objetivos que abordaban, no solo los aspectos medioambientales (y el paso del tiempo no hace sino poner de manifiesto lo dramáticamente urgente de poner la cuestión en primer término), sino también, en paralelo y no como cuestión secundaria, lo relativo a los seres humanos, es decir, la necesidad de corregir las desigualdades socioeconómicas más escandalosas y la pobreza y la exclusión que en que vive una parte muy sustancial de la población mundial. Objetivos sumamente ambiciosos, planteados con la pretensión, en un mundo globalizado, de “no dejar a nadie atrás”, como recordaba Cristina Gallach, la Alta Comisionada para la Agenda 2030 por parte de España, en la tertulia mensual de Europa en Suma.
Sostenibilidad, desarrollo sostenible… son las consignas más repetidas en estos momentos, y son, como también se dijo en el coloquio, el gran reto mundial. Un reto de dimensiones tan colosales que no es fácil pensar que podemos estar a su altura, por muy conscientes que seamos, por otra parte, de que no hay otro remedio que ponerse a ello: no hay alternativa.
Para la Unión
Europea, viene a decir Cristina Gallach, el camino es empezar a mirarlo todo a través de las “gafas 2030”, es decir, con la perspectiva de los objetivos del desarrollo sostenible y pensando en ellos como marco de referencia de planes, proyectos, gastos, fiscalidad, ayudas e inversiones, etc. Y sostenibilidad significa atención esencial al medio ambiente y soluciones ecológicas en materia de industrialización, energía, consumo, urbanismo, y economía en general; pero también, y unido a ello, reducción de las desigualdades, un desarrollo inclusivo e integrador, luchar de manera activa por erradicar el hambre y la pobreza, impulsar formas de vida responsables, seguras, saludables y de calidad para todos: metas, todas, que suenan como razonables (además de un tanto utópicas) y que, a la vista de la situación del mundo y de las amenazas derivadas del cambio climático, aparecen también como inaplazables y perentorias.
La idea expresada por Cristina Gallach, es que, para Europa, la etapa que ahora comienza debe ser la de la sostenibilidad inclusiva, y para ello, para ese reto europeo y mundial, todas las administraciones y organismos públicos, cada uno desde su papel y sus posibilidades, deben dirigir y orientar sus políticas hacia esos grandes objetivos contemplados en la Agenda 2030. No solo las instituciones europeas, sino también los gobiernos nacionales y las administraciones regionales, autonómicas o locales: es una tarea de todos. Y no solo en el sector público, sino también en el ámbito privado. Se favorecerá la financiación verde para dirigir las inversiones (y no solo los presupuestos) hacia los proyectos sostenibles, hacia la sostenibilidad en sentido amplio, incluyendo la ecología, pero también las políticas sociales inclusivas y lo relativo a las tecnologías de futuro, el conocimiento y la investigación.
Habrá que ver ahora cómo se articulan o cómo se interconectan esos esfuerzos múltiples y diversos encaminados a un fin común, ese “esperar que cada uno cumpla con su deber” desde su posición respectiva y en función de sus posibilidades. Según Cristina Gallach el propio marco de la Agenda 2030 señala el camino para que cada uno haga lo que le corresponde.
Por lo que respecta a la Comisión Europea, el cambio de titular en la presidencia puede servir para remarcar lo prioritario y urgente de esos objetivos. Se dice que la sucesora de Juncker, la señora von der Leyen, se plantea su gestión “a través de las gafas 2030”, es decir, teniendo desde el principio como referencia y como principio inspirador de su tarea esos objetivos de desarrollo con sostenibilidad, investigación-innovación, calidad del trabajo y auténtica calidad de vida, inclusión… Habrá que ver si la solidaridad entre los socios de la Unión Europea funciona por fin en esa dirección y permite obtener resultados visibles en ese trabajar por la reducción de las desigualdades, por un modelo social más integrador y solidario y por una fiscalidad, armonizada en lo posible y no disfuncional, que permita abordar objetivos sociales como… el seguro de desempleo europeo.
El gran problema en la Unión Europea no son las buenas intenciones y los buenos propósitos (que todos comparten, en general, aunque no siempre: no en todos los casos), sino la puesta en práctica; y los ritmos, que son lentos, como reconocía Cristina Gallach en su charla con los socios y amigos de Europa en suma: “Y a veces… son desesperantes”, añadía. Ya lo ha dicho en alguna ocasión el que fuera presidente del Parlamento Europeo, José María Gil-Robles: “los tiempos en la Unión Europea son… tiempos geológicos”. Pese a esa lentitud reconocida, desesperante a veces, es bueno mirar atrás para ser conscientes de lo que se ha conseguido, y no amargarse (como decía también nuestra invitada, la Alta Comisionada para la Agenda 2030), respecto a lo que falta por hacer.
Pero la situación del planeta, las amenazas derivadas del cambio climático provocado por el hombre, los sufrimientos de buena parte de la población mundial, las desigualdades clamorosas y la angustia de quienes se ven condenados a la exclusión no admiten muchas demoras. No habrá más remedio que acelerar los trabajos y acortar los tiempos.