Buenos días, BMW. Estamos confundidos, crece el estado de malestar

¿Es democrática la revolución digital? La tertulia de Europa en suma con José María Lassalle, escritor y exsecretrario de Estado de Cultura.

049b38b8a82f3b09533ca2fd2041285fHoy, subimos al coche, nos saluda en cualquiera de las lenguas del mundo, desde el urdu al bengalí pasando por el arameo, le damos las indicaciones por voz, nos lleva a nuestro destino y hasta nos busca aparcamiento. Crece la inteligencia artificial, nos dicen, pero retrocede en paralelo la analógica, según estudios recientes. Utilizamos las manos cada vez menos. Como el coche ya circula prácticamente de manera autónoma, tenemos más tiempo para tocarnos las narices en el semáforo. Y en la vida cotidiana. En realidad, estamos ante una sociedad que nos toca bastante las narices. Hemos pasado del estado de bienestar al de malestar. Todos son quejas.

Hay padres en paro, cuyos hijos tienen el último modelo de móvil, de iPad y zapatillas de lujo. Es terrible, decía recientemente el sociólogo francés Gilles Lipovetsky, autor de La era del vacío, La felicidad paradójicaEl imperio de lo efímero o La sociedad de la decepción . (Como para irse a la cama). Pero, en medio de la decepción, seguimos alimentando a los gigantes de la red, que se hacen más, más y más ricos, Amazon, Google, Facebook, Twitter o Apple, que nos lanzan “tormentas de mierda” como escribía nuestro tertuliano José María Lasalle, en un artículo reciente en El País.

Estamos ante un cambio, no tecnológico sino antropológico. Pero los debates abren las puertas al autoritarismo, al fascismo (aunque alguien por la izquierda prometió los cielos). La democracia liberal está herida de muerte, sigue diciendo Lassalle, se desplaza hacia el populismo. Estamos ante un nuevo modelo de democracia, al borde del abismo. La revolución digital altera la economía, el pacto fordiano entre Capital y Trabajo. Todo esto modifica los principios de la Revolución francesa y el modelo kantiano del hombre mayor de edad, libre de tutelas. Es un tsunami que se lleva por delante a las clases medias, que dejan de ser aliadas de la democracia. Hubo un ascenso social, una acumulación de rentas, pero ahora la competitividad depende de la robótica y de la I.A. y eso afecta a la seguridad en el empleo. El trabajo no vale nada. Lo estamos viendo en los despachos de abogados, en los de arquitectos, en las consultorías, en las cadenas de montaje. Los contenidos digitales no contribuyen a la complejidad, sino a la simplicidad;  se entra en una era de simplificación, se hace imposible la reflexión porque se imponen las emociones, todas las herramientas sobre las que se han construido la democracia. El liberalismo ha fracasado y surgen los líderes poderosos, la desintermediación, buscamos líderes poderosos. En el caso de China, tenemos una dictadura algorítmica que sabe lo que quiere la sociedad. Trump es admirado por decidir, mantiene un cuerpo a cuerpo con la realidad desde las emociones, conoce lo que piensa la sociedad. Él no predice, sino que prescribe, que es lo que hacen las economías de las plataformas digitales. Nos acostumbramos a una libertad asistida, nos entregamos al determinismo. (En una reciente conferencia en Madrid, Paul Krugman advertía que Trump es no solo el presente, sino el futuro de los conservadores de los EEUU. Mientras que el partido republicano es compacto, señalaba el Nobel de Economía, los demócratas son un ente disperso. También decía Krugman, que, en realidad, nadie sabe lo que pasa en China)

Frente a este Leviatán, Lassalle entiende que hay soluciones: en Europa, afirma, hay modelos para la resistencia. La única manera de evitar la catástrofe es la de promover la equidad. En Hungría hemos visto, afortunadamente, como una alianza de fuerzas democráticas ha arrebatado la alcaldía de Budapest al  populista Viktor Orbán (Un señor que agita el fantasma de la emigración cuando en el país no hay inmigración, sino lo contrario: el que puede se va de Hungría).

Pero tenemos retos enormes, sigue puntualizando nuestro tertuliano. Hay que recordar que Europa se ha descompuesto por la llegada de millón medio de inmigrantes en 2015. Y, si avanza el cambio climático, podrían llegar al continente hasta 300 millones de refugiados.

Los retos son enormes, efectivamente. El estado de bienestar se ha apoyado en los impuestos al trabajo, pero habría que asegurar los impuestos al capital, añade. El problema es que las modernas y grandes corporaciones escapan a los controles; esos gigantes podrían comprar hoy los bancos, que en la economía global son unos enanos financieros.

En realidad, reconoce Lassalle, estamos viviendo lo que hace décadas, en la película Blade Runner, se veía como ciencia-ficción. Hemos pasado de lo corpóreo a la pantalla. Es una especie de muerte social.

Tendríamos que regular esto, afirma Lassalle señalando su teléfono móvil, tendríamos  que revisar el mundo críticamente, reivindicar los valores humanísticos.

El problema es que sales de la tertulia, entras en el Metro, y en el vagón te rodean doce personas (doce) atentas a la pantalla, ocho sentadas y cuatro por detrás. Me fascina: ¿que tendrán que contarse si nuestra vida es muy anodina? El espacio está saturado, todo va muy rápido, no hay tiempo para pensar, para reflexionar, todo va a golpe de click. Pero, ¡oh!, un compañero tertuliano protesta porque no se puede atacar a “los más desfavorecidos”, antes llamados pobres, a los que hacen un uso masivo del móvil en el Metropolitano.  En realidad, en estos tiempos estúpidamente correctos, no se puede decir nada, salvo en privado, en la barra del bar, como hace décadas. Todo lo demás, es exponerte al rayo digital.  

Si repasas la prensa, todos son artículos sobre amenazas ciberterroristas, viralidades mediáticas sobre los coronavirus, populismos, Cambridge Analítica. Los  pobres demócratas USA sufren en el recuento de los caucus de Iowa. ¡Caramba, en el país de la ciberseguridad!

No hay hackers de lado del bien, constataba en un análisis el semanario portugués Expresso. (Portugal también existe) Triunfa el populismo y el antipopulismo apenas recibe atención.  Este movimiento, en realidad, es el reconocimiento de la derrota del centro-izquierda frente a la derecha tras la caída del Muro de Berlín, escribe el diario The Guardian.

ciberterrorismoLos comunicados basura se viralizan mientras que las reflexiones moderadas no reciben atención. Pero si las  conspiraciones y los populismos tienen éxito será porque que hay caldo de cultivo.

Segundo punto, sobre el humanismo. Con motivo de la muerte de George Steiner, hace unos días, y la de Harold Bloom, hace unos meses, los análisis en las páginas culturales de los diarios coincidían en que han desparecido los representantes de la Gran Cultura. Lo que queda es ruido y furia, como decía Shakespeare hace siglos, y Faulkner, en el pasado.

El reciente foro sobre Seguridad en Europa, la conferencia de Múnich, ha tenido este año como título Westlessness,  “neopalabro” que podría traducirse como el retroceso de lo occidental.  En su folleto se citaba a Spengler, la Decadencia de Occidente y el resumen del año pasado del NYT,  Requiem por Occidente. Algo sucede. La que debería haber sido ser la anfitriona, la canciller alemana  Angela Merkel, no asistió a la reunión de Múnich. O no tiene importancia o pasa del tema por los motivos que sean. No hay liderazgo en Europa. Occidente ya no existe, asegura la feminista estadounidense de la segunda ola Camille Paglia, que ha presentado la traducción de su polémico Sexual Personae. Es una sombra de sí mismo, ha perdido sus valores, precisa. Se podrían añadir decenas de reflexiones de este tipo, recogidas por la prensa reciente.

Bien, si ahora hay “Tormentas de mierda”, en la segunda década del siglo pasado del 14 al 18, hubo reales y brutales Tempestades de acero, como recordaba uno de los combatientes, Ernst Jünger, y como explica muy bien en el arranque Senderos de Gloria del genio Kubrick, algo que no analiza la tonta y visual 1917. Aquello fue conspiración de emperadores, banqueros, industriales y militares enloquecidos que metieron a toda una generación de jóvenes en las trincheras (varones ellos, no había cuota), que cayeron por decenas de millones y que dejaron el campo abonado la segunda carnicería, más sangrienta aún. Y todo eso, sin los modernos medios digitales. En realidad, no hay nada nuevo bajo el sol. Cambia el momento y los medios. El resultado es el mismo, el aplastamiento de los de abajo por los de arriba. Las conspiraciones, las fake news son tan antiguas como la humanidad. En la Biblia está todo escrito.

Lo mejor que podemos hace es irnos al campo, donde hay ríos, montañas y animales, como recomendaba Sáenz de Oiza, sobre el que hay una excelente muestra en el ICO. El niño del pueblo es más despierto que el de la ciudad, decía el maestro, porque está rodeado de Naturaleza.

Habría que pasear más, leer o releer a los clásicos,  meditar, y dejar un poco de lado lo digital. Y no leer artículos, incluso éste, que en medio de tanta confusión, tampoco aporta mucho.

 

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