Italia lanza un torpedo populista que puede hundir a la UE . Urge un liderazgo en Europa

Berlusconi italiaLa Unión Europea vuelve a verse amenazada por uno de sus miembros. Italia formará un gobierno populista que pondrá al país en el disparadero. La “eurofobia” que fomentan Liga y M5S debería servir para que aparezca un nuevo liderazgo europeo.

Extrema derecha y extrema izquierda italianas se han unido en un “Contrato para el gobierno del cambio” que, caso de cumplir sus 38 puntos programáticos, provocará un terremoto en el país, cuya onda expansiva supondrá asimismo una sacudida gigantesca que amenazará la estabilidad, la arquitectura y el proyecto mismo de construcción europea.

El denominador común que ha unido a la xenófoba y secesionista Liga (antes Liga Norte) y al populista de ultraizquierda M5S (Movimiento Cinco Estrellas), es su rechazo incondicional a la austeridad. Ésta ha sido la línea maestra marcada por la Alemania de Angela Merkel, que ha supuesto enormes sacrificios a los países del sur de Europa para contrarrestar la explosión de las burbujas financieras e inmobiliarias que agravaron la crisis proyectada a todo el mundo, especialmente a Europa, desde Estados Unidos a partir de 2008.

Democratizar la democracia europea para llegar al corazón y a la razón

democraciaQue corren malos tiempos para el europeísmo, es innegable. También lo es que, en una Europa en la que parece haber desaparecido un euroescepticismo sano y crítico, crecen exponencialmente las ideas frontalmente antieuropeístas. Esta misma semana se filtraba a la prensa un borrador del acuerdo de Gobierno en Italia en el que se contemplaba la creación de un mecanismo para salir del euro.

Mientras tanto, tenemos a una Unión Europea donde está ocurriendo una tormenta perfecta, al verse azotada por una multicrisis, (institucional, económica y política) y en un impasse institucional que la mantiene en estado vegetativo: viva, pero sin síntomas de mejoría.

Weber sostenía que “no puede haber poder sin legitimación por parte de los ciudadanos”, y probablemente el descrédito que está viviendo en estos momentos Bruselas es, en parte, resultado de un diagnóstico erróneo que ha llevado a aplicar los remedios equivocados. El mejor ejemplo de todo ello es el Parlamento Europeo, una institución que (afortunadamente) ha ido ganando peso en la toma de decisiones comunitaria y que es el símbolo de la democracia continental. Sin embargo, hemos pecado de ingenuos los europeístas, al pensar que por dotar de más poder a una Asamblea en la que votan poco más que el 50% del censo europeo, las instituciones comunitarias se iban a acercar por arte de magia a los ciudadanos. Casi me atrevería a decir lo contrario. Muchos ciudadanos sienten que cada vez ceden más poder a unas instituciones en las que no se ven representados, y de ahí el nicho electoral que ha surgido en el último lustro a los populismos que tratan de rescatar el discurso de la soberanía nacional.

Obviamente, no estoy afirmando que no sea partidario de  dotar de más poder al Parlamento Europeo. Al contrario, cuanto más poder, más democrática será la Unión en teoría. Sólo pienso que, aunque teníamos el diagnóstico adecuado (la percepción de lejanía de Europa por parte de los ciudadanos), no hemos sido capaces de ponerle remedio, y de aprovechar esos avances institucionales para comunicarlos con eficiencia a las sociedades europeas.

¿Y si el problema fuera el producto?

union europeaDespués de una encuesta que no cumple las expectativas, después de unos malos resultados electorales, estamos hartos de oír a los líderes políticos que no han sabido explicar sus políticas, que no han sido capaces de hacer llegar a los ciudadanos los méritos de sus propuestas, que el problema no es la política, que el fallo es la comunicación. Y, no, la cuestión es que por mucho que se retuerce el relato las cosas son como son y los frutos de esas políticas que los gobiernos consideran incuestionables no satisfacen las necesidades reales y objetivas o, simplemente subjetivas, de los ciudadanos. Para cambiar el relato hay que, primero, rectificar las políticas.

Algo parecido ocurre con la Unión Europea. Ante la creciente desafección ciudadana nos preguntamos ¿cómo comunicar Europa? Ciertamente, las prácticas comunicativas de las instituciones europeas pueden ser mejorables y no digamos ya el modo de afrontar la UE por parte de los medios nacionales. Pero ¿y si el problema fuera el producto? ¿y si el relato no conquista a los europeos porque las políticas europeas no atienden a sus necesidades y preocupaciones? Creo que lo primero es examinar si existe ese desacople entre el producto servido por las instituciones europeas y las expectativas ciudadanas. El proceso de integración europeo ha garantizado décadas de paz y producido una cierta homogeneidad social, pero esos logros se dan por descontados y no se puede seguir invocándolos como único argumento.

¿Cuáles son esas expectativas ciudadanas? Es difícil decirlo, porque varían de unos países a otros, en función de las distintas realidades nacionales. Y es que el primer problema es la falta de un demos europeo. Están bien en insistir en los símbolos, pero un debate común en aquel en el que se manifiesta una verdadera opinión pública europea no se producirá sino en torno a decisiones tomadas directamente por la ciudadanía sobre grandes proyectos europeos. Un paso positivo para crear ese demos común podría ser las listas transnacionales al Parlamento, pero también formas de participación común para toda la población: consultas e incluso referéndums que se computaran a nivel de toda la Unión, no país por país.

Creerse Europa

creerse europaAl iniciar el debate sobre la comunicación de y en Europa la primera pregunta que cabría plantearse es la más sencilla: ¿nos creemos Europa? Más allá de una mera y simple respuesta afirmativa, sería necesario profundizar en el sentido de esa creencia: ¿consideramos a Europa como patria o como un mero accidente geográfico-administrativo?

Del desarrollo interior de nuestras respuestas dependerá en gran parte la calidad del mensaje a transmitir. Por supuesto, se puede argumentar de manera impecable para vender con gran éxito un crecepelo, un ungüento o el jarabe curalotodo a los que no creemos en tales sustancias milagrosas. Pero, comunicar, transmitir un sentimiento solo puede surgir del corazón, y derivadamente del convencimiento de que ése es nuestro mundo, nuestra familia, nuestro ámbito natural de crecimiento y desarrollo, y el territorio que albergará nuestras cenizas cuando haya transcurrido nuestro tiempo.

Entiendo por lo tanto que el principal defecto que aprecio generalmente en la comunicación sobre Europa es la ostensible carencia del sentimiento de pertenencia a una patria llamada así, Europa. La principal diferencia entre hablar de una patria, chica o grande, y un ente abstracto, es evidente: de la primera se habla con indisimulado cariño, se reconocen los defectos, aunque siempre minimizados ante las grandezas reales, posibles o incluso imaginadas. Al ente abstracto en cambio no se le pasa ni una; es más, hay una mayor proclividad a magnificar los defectos, dar por supuestas las virtudes y relativizar las ventajas.

Por obvias razones históricas, los ciudadanos europeos no han sido educados en el amor a la patria Europa. Más aún, si en estos tiempos sería harto difícil encontrar patriotas “dispuestos a verter hasta la última gota de sangre”, como rezaba la fórmula en las juras de bandera de todos los ejércitos del mundo, mucho menos se hallarían individuos dispuestos a honrar semejante juramento por un ente llamado Europa.

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