Euronews, la Torre de Babel de la información

La cadena de información europea celebra su 20 aniversario. Impulsada por 400 periodistas procedentes de una treintena de países y difundida en 13 idiomas, ha sabido dotarse de un estilo para llegar a un público diverso, desde el hombre de negocios alemán hasta el manifestante egipcio.

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Mantener la imparcialidad es la gran apuesta de los 400 periodistas de una treintena de nacionalidades, que aportan otras tantas visiones del mundo. Para ello, “existen barreras de contención”, insiste François Chignac, redactor jefe adjunto. Empezando por la organización de redacción, dividida en servicios (internacional, economía, etc.) y cada uno integrado por 11 periodistas. Uno por cada idioma en los que se emite Euronews, aunque los griegos forman un grupo aparte.

“Esta diversidad constituye un desafío permanente”, explica Pedro Lasuen, jefe de la sección de Deportes. “En mi caso, soy de un país, España, que no cubre los deportes de invierno. Y cuando el periodista inglés propone un asunto sobre el cricket, ¡tiembla todo el servicio!”. A pesar de las estrictas reglas que rigen la elección de temas, “siempre hay alguien que no está de acuerdo”, reconoce. “Todos los periodistas quieren satisfacer a sus telespectadores nacionales”.

Una vez que se seleccionan los asuntos y se montan las imágenes, es el turno de los 11 periodistas, que deben redactar en su idioma materno un comentario que será distinto al de sus colegas. Es una cuestión es estilo, propio de cada cultura. Pero también de jerarquización de la información, ya que cada uno se adapta a su audiencia. “En lo relativo a Malí, el periodista francófono precisará el número de soldados desplegados en el terreno, pero el ucraniano no”, pone como ejemplo François Chignac. Lo que cambia es la forma, pero no el fondo, asegura: “Lo que priman son las imágenes”.

El desgobierno europeo

Publicado por  EL PAIS

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Lo ocurrido esta semana en relación con Chipre ha puesto de manifiesto con total brutalidad hasta qué punto la Unión Europea tiene un problema de desgobierno. Son cuatro las razones que explican por qué el sistema decisorio europeo está gripado.

»El sistema no resuelve los problemas. Primero, no es eficaz a la hora de atajar los problemas que pretende resolver. Más bien al contrario, tiende a agravarlos. Esto es cierto tanto en el nivel macro como en el nivel micro. En el primero, observamos cómo el crecimiento se estanca, el desempleo sigue subiendo y la deuda no sólo se reduce sino que crece. La combinación de un diagnóstico de la crisis erróneamente centrado en la deuda pública, seguido de unas prescripciones articuladas en torno a la austeridad a ultranza y unos líderes europeos pegados a la arena electoral de cada país nos han llevado a un sistema de crisis permanente.

A un diseño defectuoso de la zona euro y unas políticas erróneas se ha sumado una década de dejaciones que han convertido a la UE en un campo de minas: Grecia falseando las estadísticas, Italia negándose a reducir la deuda, Alemania inundando a sus socios de dinero barato, España cebando sin límite una burbuja inmobiliaria, Irlanda inflando su sector financiero y haciendo dumping fiscal a sus socios, Chipre montando un paraíso fiscal al servicio de Rusia, y así sucesivamente.

La acumulación de una serie desequilibrios tan tóxicos, junto con la falta de instrumentos efectivos para lidiar con la crisis, nos instala en una situación en la que todos los problemas acaban adquiriendo carácter sistémico. Que España o Italia lo fueran es comprensible, pero que Grecia y hasta el minúsculo Chipre puedan desestabilizar toda la eurozona nos da la verdadera idea de la fragilidad del sistema y su falta de mecanismos de seguridad.

Que las políticas para salir de la crisis no están funcionando es evidente y que las instituciones europeas y sus líderes no están a la altura del trabajo también lo es, pero la UE sigue instalada en la autocomplacencia de los pequeños pasos y en la soberbia de pedir tiempo y paciencia. ¿Cuánta?

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Stéphane Hessel habló, sufrió, sonrió y no dejó de resistir

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Publicado originalmente en EuroxPress.

«La indignación que preconizo es la que debe expresarse cuando hay violación de valores fundamentales», decía Stéphane F. Hessel hace año y medio. Hacía esa precisión en una entrevista con Jean-Claude Matgen, del diario La Libre Belgique. Y precisaba: «No es la indignación de los populistas, de los xenófobos y de los nacionalistas. La indignación sólo se justifica cuando conlleva valores fundamentales que sean maltratados, como la apertura de nuestros países (europeos) hacia los que escapan de la miseria. Las juventudes europeas no están, hasta ahora, suficientemente indignadas contra los nuevos reflujos de lo que representaron nuestros enemigos nazis, fascistas, etcétera». Hessel los consideraba fenómenos inquietantes en la actualidad.

Con él muere un anciano de casi 96 años, un icono de los medios, una figura popular, un antiguo resistente, un diplomático. También un gran europeo. Él era un defensor de Europa como idea política progresista. Nació en Berlín, de padre y madre muy intelectuales, amigos de Duchamp y Picasso. Murió en París, se hizo resistente en Londres. Fue prisionero en el campo de concentración nazi de Buchenwald, de donde pudo evadirse tras cambiar la identidad con otro preso muerto víctima del tifus. Iban a ahorcarlo cuando se cambió por el difunto y asumió su nombre, Michel Boitel, fresador antes de la guerra.

De esa situación, no extrajo sólo una aureola heroica, sino también una polémica agria sobre los métodos de las distintas resistencias y sus diferencias con Jorge Semprún en aquellas circunstancias excepcionales. Los interesados pueden bucear ese aspecto terrible, duro y áspero, desolador, en los libros del propio Semprún, de Marguerite Duras, en los caminos singulares de François Mitterrand desde su juventud derechista a su entrada (auténtica, verdadera) en la resistencia. Ahí, hay que volver a Hessel y a sus críticas a los comunistas.

Leer la memoria de aquellos tiempos inhóspitos que escribió otro superviviente, Robert Antelme, que tituló significativamente «L’espèce humaine». Semprún, acusado de dar preferencia de vida a los comunistas en el campo de Buchenwald, respondió: «Lo que yo pretendo es que se vea el documento de Antelme, en el que se me acusa, es un documento típicamente estaliniano en el que él se cubre de inocencia, como en otros documentos estalinianos a otros se les acusa de culpabilidad» (El País, 19 de diciembre de 2010). No es fácil tener las manos siempre limpias.

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