El nuevo Presidente de Irán, Hassan Rohani, nos puede dar más de una sorpresa.

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Y, de hecho, ya nos la ha dado, simplemente con su elección, completamente imprevista. Al menos para los “observadores”, que es cómo se denomina desde la petulancia occidental, a los diplomáticos, corresponsales y enviados especiales tantas veces –y ésta sin duda- al pairo de lo que en realidad se cuece en la calle.

Hassan Rohani ha sido elegido en la primera vuelta, pese a los pronósticos que auguraban la necesidad de dos vueltas, al conseguir más del 50 por ciento de los votos -18.613.329- de unas elecciones con una participación cercana al 73%. El candidato que más se le ha acercado, el alcalde de Teherán, Mohammad Baqer Qalibaf, no ha recibido ni la tercera parte de los votos del vencedor.

Desde luego que Rohani no era, para los “observadores”, ni favorito ni mucho menos el candidato preferido por el Guía Supremo de la Revolución, Alí Jamenei . Con lo que hemos de deducir que, su triunfo es un desaire para la facción dominante del régimen iraní, como lo ha sido para los analistas de la prensa y las cancillerías occidentales, que ya habían vaticinado en sus cábalas que el sistema no iba permitir sino la victoria del candidato bendecido por Jamenei, el ultra Said Jaili. Pues bien, Jalili se ha tenido que conformar con la tercera posición y poco más de 4 millones de votos.

¿Era realmente Jalili, como aseguró a lo largo de la campaña la ‘troupe’ de analistas, el tapado de Jamenei?Los “observadores”, parece ser, habían pasado por alto que en el debate nacional que se viene celebrando en Irán sobre la cuestión nuclear, de primer orden también en la agenda política iraní, Jalili venía siendo criticado por su excesiva rigidez en un asunto tan crucial, por dirigentes tan cercanos al Guía Alí Jamenei como el exministro de exteriores Alí Akbar Velayati. Como apunta en su interesante blog el redactor-jefe de Le Monde Diplomatique, Alain Gresh.

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El capitán François Hollande frente a las tormentas

Publicado originalmente en Euroxpress

Hollande Barroso BruselasCE

«Bonjour, monsieur le Président», contesto al saludo de  François Hollande. Con gran sorpresa, lo veo subir al mismo vagón de segunda del tren Thalys en el que yo regreso a París desde Bélgica. Sube, claro está, con  guardaespaldas y acompañantes. Soy la única persona ajena a ese séquito que espera de pie, en el descansillo del vagón del tren a punto de arrancar. Y al llegar a la Estación del Norte de París, Hollande me saluda de nuevo porque reconoce a mis colegas Mario Guastoni (Révue parlementaire) y  Olivier Dalage (Radio France Internationale), que están conmigo.

Cuando  Olivier le dice que volvemos de la Asamblea de la Federación Europea de Periodistas, pide algún detalle, antes de bromear ante quienes lo acompañan: « Voilà, des gens plus importants que nous! ».

Aunque el encuentro sea necesariamente breve, no tengo la impresión del personaje débil y triste que relanzan día a día ciertos medios. Tres días después, el boletín oficial confirma la posibilidad de matrimonio entre personas del mismo sexo. Una ley que nace tras meses de agitación callejera, a ratos virulenta, por parte de una coalición heteróclita de grupos  diversos -y amplios- de la Francia más conservadora.

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